En esta vida hay pocas cosas tan deprimentes como leer la sección de deportes de un periódico después de que se haya jugado un partido que ha perdido tu equipo. Caí en el error de hacerlo después del España-Marruecos. Aquello, más que la suma de crónicas, previas y análisis, parecía un apartado de ciencia ficción, o si lo prefieren, una distopía. El “estilo irrenunciable”, la técnica, la posesión del balón, la juventud, la armonía, el 7-0... Cómo dudar de nuestra selección. Ya no es que un periódico pueda quedarse antiguo, es que, en estos casos, parece forjado por una ilusión.
Ocurre algo parecido con los programas políticos de los partidos que ganan unas elecciones. En Jerez, el PP llegó a borrarlo de su página web cuando ganó en 2015 -tal vez un descuido inofensivo-, aunque lo más grave no es que incumplan lo prometido, sino que hagan lo que no prometieron, algo en lo que se ha convertido en un alumno aventajado el presidente Pedro Sánchez, que empezó por asegurar que no dormiría tranquilo con Pablo Iglesias en su gobierno y que no pactaría con Bildu -por favor-, y ha terminado por modificar el Código Penal a gusto de los independentistas catalanes, además de nombrar vicepresidente a Iglesias y pactar con la siempre sospechosa formación vasca. Se ve que ha confundido el pragmatismo con la improvisación, e incluso con la necesidad. No será porque Felipe González ha dejado de enviarle avisos.
En el PSOE andaluz no están para versos sueltos, como los de Castilla La Mancha o Aragón. Su líder, Juan Espadas, ha optado por ir al Parlamento a tragarse algunos sapos. Al menos cuenta con la sagacidad de diputadas como la sanluqueña Irene García, con reflejos suficientes para recordarle al PP que en esto de olvidar lo prometido basta con sacar a relucir el catálogo del “juanmaloharía”, hasta el punto de asegurar que las enmiendas presentadas por los socialistas al presupuesto autonómico “son las mismas propuestas a las que se había comprometido el PP con los gaditanos, y que ahora con el empacho de su mayoría absoluta olvida y ningunea sin ningún escrúpulo”.
En el fondo -porque tampoco enumeró cuáles eran esas propuestas-, todo obedece a una clara estrategia por dominar el debate político y pretender arrumbar al resto de adversarios en un año de enorme trascendencia electoral, de manera que todo quede reducido a la eterna dicotomía aspiracional de los dos grandes partidos generalistas: que solo haya que decidir entre uno u otro. O entre uno de ellos y algún invitado de excepción, como va a ocurrir en Cádiz.
Otra cuestión diferente, dentro de esa estrategia común, es quién está dominando mejor el discurso a nivel local, o quien lleva mejor la iniciativa. En el caso de Jerez, por ejemplo, no cabe duda de que es el PP, a tenor del grado de nerviosismo que empiezan a exhibir algunos integrantes del Gobierno local. El PSOE ha descubierto demasiado tarde que con Saldaña se vivía mejor -pese a su empeño por descartarlo de la ecuación-, y que quien más esfuerzos está haciendo por confrontar y mostrarse como alternativa, María José García-Pelayo, ni siquiera tiene asiento en el Pleno de la Corporación, que puede ser una ventaja o una desventaja, según se mire, pero que sobre todo está jugando, desde la propia experiencia, como quien no tiene nada que perder, e incomodando a un ejecutivo acostumbrado a vivir sin oposición durante tres años y a curarse los rasguños sacando a relucir una copa de amontillado.
La situación, en cualquier caso, empieza a resultar algo desagradable, sobre todo porque han empezado a desaparecer los límites, y la tensión ya no obedece solo al choque de visiones en torno a una ciudad, sino a que puede que al PP no le llegue con la ola de Feijóo de aquí a mayo y que al PSOE tampoco le baste con anunciar y enumerar cada semana todas las obras que tiene en marcha, ni con prolongar pulsos inútiles con la Junta, de la misma forma que a la Junta con el Ayuntamiento. Y eso está influyendo en un exceso de tensión que ha empezado a hacerse palpable, o al menos ya palpamos, sobre el terreno, a falta de conocer sus promesas electorales.