Decía Michael Jordan que el talento gana partidos, pero que el trabajo en equipo y la inteligencia son capaces de ganar campeonatos. En las últimas elecciones generales, casi doce millones y medios de españoles decidieron no ir a votar. Esto es casi el doble de votos que obtuvo la primera fuerza política, más incluso que la suma de los dos grandes partidos. Se presentan sin propuestas, programa o candidato, pero tampoco les hace falta: desde el año 2008 no han dejado de arrasar en las elecciones y la caza por su voto no ha hecho más que comenzar.
Los abstencionistas ahora por fin podrán encontrar algún sentido a su ideología. Porque hay abstencionistas sistemáticos, que no dejan de votar porque les pille mal o porque ninguna fuerza política les represente, sino porque no lo consideran necesario: “Igual nos van a robar todos”, tienen como mantra. Quienes normalmente se quedaban en casa los domingos, esta vez serán los que irán a la playa con su silla, una sombrilla, la mesa plegable, un táper de filete empanado y otro de tortilla. O quizás no.
Nunca antes sacar al votante de la abstención significó tanto. Hacerlo a menos de dos meses de otras elecciones puede que incluso no sea del todo difícil. No lo conseguirá el miedo, sino la verdad. Repetir una y otra vez “¡que viene la ultraderecha!” no ha servido hasta el momento para frenarla. Dejarles el foco suficiente como para que puedan demostrar qué han venido a hacer a la política, sí. El ruido de los pactos postelectorales, la continua negación de la violencia machista, de las libertades individuales o el discurso xenófobo serán su propia kryptonita. España nunca fue país de extremos por más que se empeñen. Cada lona de odio que se despliega en el edificio de alguna céntrica calle de la capital va acompañada de la pérdida de diputados, tanto que algunos dirigentes de Vox ya preparan su salida de la política tras la que será su mayor debacle. Ni siquiera el número cuatro por Madrid, el todopoderoso Javier Ortega Smith, tiene garantizado su escaño. La gente lo que quiere es vivir tranquila, y para ello bien merece la pena perder un día de playa.
El expresidente Felipe González ha empezado a sugerir a su propio partido una abstención que permita gobernar al PP en solitario ante el escenario más probable: un bipartidismo robusto, con hasta tres cuartas partes del hemiciclo, pero sin una mayoría absoluta. En Génova son plenamente conscientes de que los abrazos a Vox les terminarán costando igual de caro que a Sánchez los cheques en blanco a Bildu y a los independentistas. Llegado el momento, y con todas las encuestas a su favor, el líder de los populares pedirá a Pedro Sánchez que se abstenga para evitar dar entrada a una ultraderecha con ansias de poder. Alberto Núñez Feijóo, con la holgada victoria que se le presupone, no querrá tener bajo ningún concepto a un vicepresidente sin competencias de Vox.
De no contar con la abstención del PSOE para su investidura, Feijóo ya ha anunciado que llamará a todos los barones socialistas, uno por uno, hasta convencerlos. Esta tampoco es ninguna novedad. Ya sucedió en 2016, cuando una amplia mayoría de parlamentarios socialistas hicieron presidente a Mariano Rajoy para evitar acudir por tercera vez a las urnas. Para el PSOE sería una posición difícil, pero mucho más cómoda. Los socialistas ven muy lejos un gobierno compartido con Sumar, pero de darse la posibilidad saben que Bildu no solo pediría acercar a unos cuantos presos. Tampoco Esquerra aceptaría apoyar un gobierno a cambio de tan solo reducir algunos delitos como el de la sedición o la malversación en la próxima legislatura.
Para manual de resistencia el del bipartidismo, que llevaba una década en la UVI y nadie daba un duro por ellos. Y míralos ahora, cada uno creciendo por su lado, a cada cual más necesario para el otro. Sin un partido intermedio o condicionante, como en su día pudieron ser UPyD o Ciudadanos, se hace imprescindible el entendimiento para evitar que los extremos, ambos extremos, puedan perpetuarse en el poder. Los doce millones y medio de abstencionistas serán quienes esta vez inclinen la balanza hacia un lado o el otro.