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Todo está ferpecto

La dignidad como patrimonio más valioso

No tengo donde caerme muerto, pero no tengo miedo porque conservo mi dignidad. Ganaremos los pobres de solemnidad

Publicado: 30/11/2023 ·
14:54
· Actualizado: 30/11/2023 · 14:54
Autor

Daniel Barea

Yo soy curioso hasta decir basta. Mantengo el tipo gracias a una estricta dieta a base de letras

Todo está ferpecto

Blog con artículos una mijita más largos que un tuit, pero entretenidos. Si no se lo parece, dígamelo con un correo

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Fumamos un cigarrillo en la ventana a medianoche. C y D duermen plácidamente en su habitación, a unos metros, agotadas por toda una semana de colegio, actividades extraescolares, juegos y esa envidiable despreocupada cotidianeidad de unas niñas felices infinitamente más inteligentes, sensatas y bondadosas que la mayoría de los adultos que debo soportar cada día.

No recuerdo exactamente de qué demonios hablábamos pero de repente B concluye que mi patrimonio es prácticamente inexistente. Y, también de repente, soy plenamente consciente de que, en términos materiales, soy pobre de solemnidad. Intercambiamos una mirada de estupefacción. También B es plenamente consciente de que soy pobre de solemnidad. Ni hipoteca ni bien inmueble en propiedad. Números rojos en la cuenta. Mi desvencijado Kalos de casi 20 años no está siquiera a mi nombre. Enumeramos las miserias de mi vida. Soy presa de la congoja. Joder, soy un fracasado, exclamo. B pide que no exclame. Las niñas duermen. Pero en ese preciso momento me siento un jodido fracasado. En ese preciso instante de angustia vital solo se me viene a la cabeza un artículo que escribí a cuenta de la propuesta de Sumar de ofrecer una herencia universal, en el que cité un estudio de 2010, dirigido por Mariano Fernández Enguita, que atribuye “un 50% de las diferencias en el rendimiento escolar al origen social”, y me siento responsable único de las expectativas frustradas de mis hijas en los años por venir. Imperdonable.

B aprovecha que enciendo otro cigarrillo para animarme. Señala hacia la habitación en la que se acumulan cientos de libros y cómics que C y D ya rondan con curiosidad. Señala el tocadiscos, donde giraba unas horas antes un vinilo con canciones de Teddy Bears, Rosemary Clooney  y Fleetwoods, y los armarios donde hay decenas de discos. Y, como no hay mucho más para señalar, recupera algunas vivencias que hemos compartido los cuatro en el parque, en el cine, las risas con unos juegos de mesa, la inocente admiración con la que escuchan cualquier explicación sobre alguna de las materias que estudian o el significado de alguna palabra que no entendían. Ese patrimonio, dice, no lo valoran los notarios, ni tampoco pueden meter mano en él los severos funcionarios de Hacienda. Y tiene razón.

Toda la razón del mundo. Finalmente, agrega, estás enseñando a C y a D la importancia de ser justo, generoso, inconformista. Ella, también. Y sí.  Son pequeñas, pero es cierto que ya se preguntan los porqués de las cosas, tienen cierto espíritu crítico y han aprendido a que la dignidad está por encima de todas las cosas y que la dignidad solo permanece íntegra si defienden con uñas y dientes la libertad y la igualdad ante quienes se creen poderosos, aunque tenga un coste abusivo, como que tus hijos hereden nada.

Al tercer cigarrillo consecutivo, concluyo que no tengo donde caerme muerto, pero no tengo miedo, porque conservo mi dignidad. Pregunten. La conservo. Y ellas nunca la perderán. Que el miedo esté siempre en el lado de quienes no valoran esta riqueza sonriendo estúpidamente cuando escuchan esta palabra. Ganaremos los pobres de solemnidad.

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