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Escrito en el metro

A cántaros

Cántaros, que bonita palabra. Bien podría haber tenido su origen en la misma raíz que el verbo cantar

  • Lluvia en las playas de Málaga. -

Llueve intensamente mientras escribo estas líneas. Hacía tiempo que no veía un espectáculo así. Mientras contemplo como se deslizan sin prisas las gotas por el cristal, me viene a la memoria aquel deseo musical de Pablo Guerrero, de que tiene que llover a cántaros. A pesar de cumplir ahora medio siglo, aquel poema libertario mantiene hoy su vigencia. Más allá de su justificación por la hídrica necesidad, también por clamar que esa lluvia esté libre de una contaminación química y social, que el cantautor describe como bioenzimas, claro. Pero además, su vigencia se palpa al declarar que hay quienes planean vender la vida, la muerte y la paz, de los demás claro, mientras le ofrecen a la juventud viviendas de diez metros, en cómodos plazos, de felicidad.

Cántaros, que bonita palabra. Bien podría haber tenido su origen en la misma raíz que el verbo cantar, ya que tan grato es el sonido que emite al contacto con el agua. Pero no. Su etimología está en la similitud de su forma con la de un grupo de escarabajos. Como esos de torpes vuelos, cada vez más raros de ver, que sin embargo son capaces de vencer las leyes de la física. En la NASA reza el proverbio de que por su tamaño, forma y peso es imposible que vuelen, pero sin embargo ellos no lo saben. Muchas acciones de la humanidad avanzan en la actualidad a topetazos, con daños colaterales. Un análisis detenido y detallado de las componentes de este progreso nos llevaría también a concluir que es imposible que volemos hacia un mejor destino, pero lo mejor es no saberlo.

Culmina el preclaro poema de Guerrero afirmando que hay que doler de la vida hasta creer que tiene que llover a cántaros. Después de cincuenta años, todavía es más necesario que llueva a cántaros. En un mundo en el que proliferan las hipérboles esta sea quizás la más justificada.

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