No es la palabra la única forma de comunicarnos, pero sí es cierto que una muy válida, exclusiva en algunas relaciones y desde luego de gran valor y de gran credibilidad. La palabra es lo que nos une o lo que nos separa, con ella mostramos nuestras sensibilidades, expresamos nuestros sentimientos, manifestamos nuestro sentir, exhibimos nuestra coherencia; la palabra puede cambiar el rumbo del mundo, por eso ¡ay del que la traicione!!, ¡del que use mal o del que la manipule! pues con ello está haciendo más daño del que cree, está desprestigiando algo sagrado, la comunicación entre personas. Estamos viviendo tiempos en los que esto no se cree, vemos cómo unos de gran peso en la sociedad, el Gobierno central y su séquito descalifica, con la palabra, al presidente del País Vasco por la convocatoria de elecciones vascas coincidiendo con las gallegas, y por ese mismo motivo alaban y consienten que durante más de 20 años, su compañero, el presidente andaluz, convoque las elecciones andaluzas junto con las estatales comicios tras comicios. Vemos cómo un jugador del Sevilla por exhibir una camiseta pro Palestina ha sido sancionado, y cómo las consecuencias de este hecho no se parecen a las que cuando nuestro Real Jaén en campaña electoral exhibió una bandera pro nuevo estatuto, por cierto algún dirigente socialista de alto standing estaba en el palco de autoridades, y no pasó nada, nadie se pronunció, nadie de peso se cuestionó ese uso de la palabra con fondo manipulador.
La palabra debe ser coherente, nunca debe de utilizarse al son o al ritmo que a cada uno le guste, merece la palabra un elevado grado de lealtad. En los tiempos que corren no reflexionamos y por tanto no aprendemos de los que con su palabra pretenden enseñar o convencer, sino de los que con ella, con su coherencia, dan testimonio.