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Sevilla

Recuerdo de “Don Antonio” el betunero

La Alameda de Hércules fue el paseo más popular, utilizado por todas las clases, durante el día, y luego se convertía en epicentro de la “Noche de Sevilla”

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  • Monumento a Daoiz -

Durante ese período de la vida sevillana, la Alameda de Hércules fue el paseo más popular, utilizado por las clases altas, media y obreras durante el día, atraídas por sus kioscos de bebidas, con sus plazas de veladores, las gramolas difusoras de canciones españolas y cantes flamencos; los cines de verano y los numerosos establecimientos anexos, como Las Maravillas, La Sacristía, Casa Parrita y otros. Y luego, la Alameda de Hércules se convertía en epicentro de la “Noche de Sevilla”, donde la plaza de la Europa era el pórtico de las glorias nocturnas, con sus templos de Las Siete Puertas y Casa Morillo, y el cabaret Zapico en la calle Leonor Dávalos.

En la Alameda se hicieron populares muchos personajes que luego fueron asiduos de las plazas de la Campana, del Duque y de la Gavidia, que fueron durante la tarde noche la antesala del ocio nocturno. Había de todas clases, vendedores ambulantes, fotógrafos “al minuto”, cantaores, bailoras, guitarristas, carteristas, celestinas, charlatanes, betuneros... Y muy especialmente uno al que toda Sevilla conocía como “Don Antonio” el betunero. Un lector de nuestros temas, Guillermo Sánchez Zamora, nos ha facilitado una fotografía de este personaje, quizás la única que existe, en la que “Don Antonio” pronuncia uno de sus discursos patrióticos en la plaza de la Gavidia de 1940, rodeado de “flechas” y “pelayos”. 

Hace muchos años, José María Ramos Roldán, el camarero-poeta de la Alameda y una de las personas que mejor conocía aquel mundillo, nos testimonió que el citado betunero se vinculó durante sus últimos años a una tienda mixta de bebidas y comestibles llamada “Dos de Mayo”, establecida en la esquina de la plaza de la Gavidia con la calle Cardenal Spínola, que tenía plaza de veladores y donde iban a tomar café,  jefes y oficiales de la Capitanía General y del cuartel del Duque, a los que “Don Antonio” les lustraba sus leguis y botas altas.

Pero “Don Antonio” bebía a veces más de la cuenta y entonces le daba por subirse al monumento a Daoiz, desde donde pronunciaba apasionados discursos sobre los héroes de las guerras de Cuba, Filipinas y África. Como era cojo y utilizaba bastón, no se podía bajar del monumento, y los chiquillos se metían con él y le decían “pata de jamón”. La gente aplaudía sus parlamentos y él correspondía con profundas inclinaciones de cabeza y la boina en la mano.

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