A veces podría parecer que somos bicéfalos. Dos cabezas distintas, dos formas de ver las cosas; ambivalencias cautivas en una sola realidad que vienen a soplarnos al oído por donde hemos de caminar, qué hacer, o cómo atajar ese círculo vicioso del que parece no sabemos o no queremos salir a dar el paso y seguir creciendo.
Entre aquella realidad, la única, la de todos los días y el sueño, media una considerable distancia que muchas veces se hace infinita, asemejándose a aquellas carreras en las que, por falta de oxígeno, cansancio, desidia o simple destiempo la meta no llega.
En la ensoñación solemos perdernos. Por el contrario y afortunadamente para algunos, el sueño – que no es estar dormido – es parcela de esperanza, es lo futurible, aquello que como posibilidad digna de alcanzar, en ocasiones se convierte en quimera y otras en realidad, consiguiendo así los fines propuestos.
Esas dos mitades que aparecen sin venir a cuento, suelen ser el tira y afloja por el que solemos igualmente paralizarnos. En realidad queremos avanzar aunque el sentido de la flecha no indique la dirección correcta, o aunque el augurio de la experiencia no sea el idóneo. El movimiento es una virtud inherente a todas las cosas. Sin embargo seguimos parados.
´Entre la realidad y el sueño´, es decir, entremedias, entre dos aguas, no suele ser una situación ideal capaz de dirigirnos a ningún sitio. Más bien refleja un estado de duda, de indecisión, de apatía, de círculo vicioso casi inmovilizador, de ninguna parte.
Entre blanco y negro; entre frío y caliente. Expresiones cuyo valor resultante adquiere una media proporción de color gris, de templado. Términos de indefinición más propensos a la ubicuidad que al posicionamiento y determinación. Ya lo decía Aquél: ´porque no eres ni frío ni caliente, te escupiré de mi boca´.
Sin embargo, sí existe una realidad. Es la que se viste de piedra rubricada por siglos de existencia. Esa piedra que alberga no sólo actualidad, sino el espíritu de hombres y mujeres, niños, jóvenes, mayores, ricos y pobres, virtuosos y perversos que han venido jalonando la historia de la Ciudad, nuestra Ciudad, una entre tantas que existen y cuyo curso, digno de conocerse y conservarse, ha de mirar al futuro prendido en la ensoñación y esperanza.
Como el pan de cada día, la realidad suele aventajar al sueño. Y sin embargo, necesitando el primero, sin el segundo no podemos vivir. Lo evocamos, lo requerimos y añoramos como parte igualmente esencial de nuestra existencia.
Habrá de crear conciencia. Habrá que mentalizar y mentalizarse de que aquella posición intermedia entre el sueño y la realidad o viceversa, ya no constituye la receta idónea capaz de representar lo que el natural movimiento de la vida propone. Habremos que creer en nosotros mismos y comenzar a preguntarnos si no somos, precisamente, el germen de la inmovilidad o el muro que obtura el curso natural de la corriente. En definitiva, sería cuestión de plantearse si el ´slogan´ hace justicia a las aspiraciones reales que anida en las personas, en la colectividad, o si ha dejado de ser la figura ideal para la proyección de esta geografía.
Siempre es posible el cambio, no cabe duda. La evolución – como ya hemos comentado en otras ocasiones – es irremediable. Su dirección, no. Y es esta dirección la que marca indefectiblemente el devenir, la historia, lo que seguirá quedándose entre estas piedras, en su hálito, inscrito en sus silencios de forma permanente, como testigo de que los hombres y mujeres decidieron, en un momento determinado de su historia, variar el rumbo y convertir el sueño en realidad permanente: el deseo de avanzar.
Nunca el libro de los pueblos se ha escrito de la noche a la mañana. Quizá para infortunio del común de los mortales – todos- somos, lentos en la reacción. Lentos en darnos cuenta qué se juega en cada movimiento, en cada frase, en cada palabra. Repetir no es avanzar. Y ésta sociedad necesita seguir el camino, llegar al cielo si es preciso, con la conciencia y la visión del pasado como jalón necesario, pero no repetido hasta la saciedad.
Hoy más que nunca es preciso leer en las piedras el pasado inmediato y recordar y recordarse, que el círculo mágico sirve para indicarnos lo atemporal y eterno y sobre todo el devenir, en el mejor de los caso inmediato, que está más allá de esas dos mitades que separan y que están entre la realidad y el sueño.
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Las dos mitades
"Nunca el libro de los pueblos se ha escrito de la noche a la mañana. Quizá para infortunio del común de los mortales – todos- somos, lentos en la reacción"
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