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‘El hombre perfecto’: La realidad y el deseo

Un personaje, excelente Pierre Niney, y una historia a los que nos enfrentamos como encubridores y cómplices...

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El guionista y realizador francés Yann Gozlan, firmante de la película que nos ocupa, la segunda de su filmografía, ha declarado a Europa Press -con motivo de su visita a nuestro país para presentarla- que narra en ella “el peligroso abismo que existe entre las expectativas y la realidad” y que uno de sus objetivos “era conseguir que el espectador sintiera hacia el protagonista la mayor empatía posible, a pesar de lo que es capaz de cometer, más allá de sus límites morales, porque hay una ambigüedad en todo”.

Y a fe que, en ambos casos, lo consigue sobradamente. Porque logra toda la comprensión hacia un joven que trabaja en una empresa de mudanzas y lleva una vida más bien deprimente, de la que quiere salir por la vía de la escritura. Pero no tiene, al menos para las editoriales a las que les envía el manuscrito, el suficiente talento. Hasta que un día…

Con referencias confesadas a Polanski y al Mr Ripley de Patricia Highsmith, este thriller posee, no obstante, una poderosa personalidad propia. Unas señas de identidad plasmadas en una puesta en escena tan elegante como crispada, tan luminosa como turbia, tan intensa como calculada. Todo ello narrado al compás de las vicisitudes dramáticas in crescendo de un personaje tan inocente como perverso, tan conmovedor como insidioso, tan desvalido como inquietante.


Un personaje, excelente Pierre Niney, y una historia a los que nos enfrentamos como encubridores y cómplices. Un personaje a quien le acechan, a partir de una apropiación indebida, toda una serie de infaustas y encadenadas casualidades. O causalidades, según se mire…

Un personaje que acaricia una existencia dorada,  de amor, lujo y alta cultura, pero que arrastra la condena de su insuficiente o nula educación y de su bloqueo creativo. Un personaje que se ve abocado a una conclusión tan perversa como irónica.

Un personaje al que rodean gentes entregadas, generosas, viles y también suspicaces, bajo los rasgos y el buen hacer de Ana Girardot, Ludovic Berthillot, Marc Barbé o Valeria Cavalli. Un personaje que nos recuerda la existencia de las clases sociales. Que nos hace conscientes de los privilegios que gozamos quienes partimos, al nacer, de las correctas casillas de salida. Que nos hace partícipes de las arbitrariedades e injusticias del talento y del éxito.

97 intensos minutos de metraje. La escriben el propio director, Guillaume Lemans y Grégoire Vigneron. La fotografía bella y contrastada se debe a Antoine Roch. La música, serena y crispada según toque, a Cyrille Aufort.

Yo que ustedes, no me la perdería.

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