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Ronda

“Tenemos un potencial científico increíble, pero no se aprovecha ”

Marcos Naz es profesor del IES Martín Rivero y está realizando una magnífica labor consiguiendo que sus alumnos logren premios por trabajos de investigación.

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  • MARCOS NAZ -

Llevados por sus modales suaves: voz pausada: cientos de alumnos cruzan sin temor el territorio donde los números, los experimentos y la observación de la realidad acaban convertidos en fecundo revoltijo de ideas o en genialidades como ese detector de incendios –tan eficiente como económico- premiado por la Fundación ENDESA…
En estas entrevistas, como le dije y sin restar importancia al trabajo del alumnado ni a las aportaciones de otros profesores, lo que pretendemos es hurgar en el alma del personaje. Dígame usted quién es Marcos Naz.
— Cuesta hablar de uno, pero más si mis palabras pueden cargarse de un protagonismo que no pretendo.
Desde luego. Pero para comprender lo que se está haciendo en el Martín Rivero no queda otra que hablar de quien puso en danza este lío de escolares científicos que no dejan de sorprendernos.
Con tono resignado, aceptando que para difundir el trabajo de sus alumnos tiene que pasar por el aro de su propia promoción, dice:
— Pues yo me veo como un profesor que antes de llegar a la educación pasó por los departamentos de investigación del nivel de COVAP o REPSOL. Esa experiencia profesional es la que trato de compaginar con las enseñanzas que van de la ESO a los bachilleratos. Me gustaría que mi labor docente rentabilizase mi contacto con la industria y volcarlo en los estudios que se imparten en el instituto. Pero no solo eso, además hay hacer que nuestros alumnos investiguen lo que les rodea, que experimenten sin complejos… Que disfruten descubriendo el mundo, de manera que la ciencia les sirva después en sus vidas, elijan el camino que elijan.
Ya me  habían advertido de su modestia.
— Es que tal vez no proceda personalizar… Todos los proyectos científicos que hemos puesto en marcha en el Martín reflejan el esfuerzo de cientos de alumnos y alumnas que han perdido el miedo a investigar, a inventar, a aportar ideas… Y luego están los compañeros, y no solo de ciencias, sino de otros departamentos que, a priori, pudiera parecer que no caben. Yo lo único que hice fue prender la chispa que facilitó el trabajo de todos los que, de un modo u otro, creemos que la ciencia contribuye a la formación integral de las personas.
Y como parece enrocarse tras un parapeto de humildad, debo decir que detrás de su mirada transparente y meridiana se esconden muchas horas de esfuerzo. Licenciado en Químicas y Tecnología de los Alimentos. Un tiempo en el laboratorio de control de calidad de UNAPROLIVA, luego en COVAP, hasta dar en un grupo de investigación sobre catalizadores de interés industrial del IIQ-CSIC de Sevilla, doctor en Químicas, investigador en el Instituto de Estudios Macromoleculares de Milán, coordinador del proyecto SCIENCEIES, conferenciante…
Oiga, don Marcos, que es usted todo un coco.
— La verdad es que siempre me gustó estudiar. Y ese amor por el estudio es lo que pretendo inculcar en mis alumnos. Quiero que entiendan que los científicos no nacen sino que se hacen. La gran aportación del Martín Rivero con sus proyectos de investigación es haber sabido interesar al alumnado por algo que antes no le atraía o que rechazaba abiertamente.
O sea que “hace ciencia” pero sin renunciar a la formación de ciudadanos críticos y preparados para analizar el mundo.
— Eso es. Y voy más lejos… Con nuestros talleres y proyectos aspiramos a recuperar y revalorizar aspectos tan humanos como el trabajo en equipo, la colaboración, el respeto al trabajo del otro… Nuestros proyectos apuestan por el éxito científico, claro, pero sin perder de vista que pretendemos personas mejores, alumnos cargados de valores.
Volvemos al concepto de ciudadano. ¿Giner y la ILE?
— Claro, claro... El trabajo que realizamos perdería el sentido si olvidamos que somos un instituto público. Le decía que antes de llegar a la enseñanza, trabajé en la empresa privada, porque a mí lo que me atraía desde pequeño era la investigación. Entro en contacto con la educación y me doy cuenta que los libros y los instrumentos, que de hecho todos utilizamos porque son herramientas muy útiles, en ocasiones no llenan al alumnado, que… Por qué no reconocerlo, a veces se aburre. Esa evidencia me lleva a buscar estrategias que capten su interés. Y la metodología que mejores resultados da, al menos en mi caso, es la que consigue meter dentro del sistema educativo todos aquellos aspectos del mundo real, de la empresa, que pudieran enriquecer las clases.
Me hablaba antes de alumnos que aprendan a desenvolverse en su entorno, personas que sepan valorar el compañerismo, el trabajo cooperativo, que vuelquen su esfuerzo en la sociedad.
— Justo. Y siempre desde el respeto a la diversidad… Nuestros alumnos se comportan como lo harían en una empresa: equipo, camaradería, constancia. Y claro, todos esos experimentos e investigaciones no pocas veces terminan en inventos que suponen grandes dosis de talento. Con todas las críticas que se vierten sobre el sistema educativo, unas veces acertadas y otras excesivas, me va a permitir que haga un reconocimiento al profesorado del Martín, a sus directivos, padres y madres, conserjes y limpiadoras, pues sin la colaboración de todos nuestros proyectos no serían posibles.
Una locura de poetas de la ciencia, niños inventores, amantes de las medidas y de los números, einsteincitos en ciernes… ¿No cuestiona todo eso la frialdad del informe PISA?
— PISA nos da unos marcadores que son respetables, pero no recoge una totalidad tan compleja como el ser humano. Tal vez el problema no sea el informe, sino aquellos que pretenden hacer del PISA un dogma. Los sistemas educativos presentan lagunas, pero también permiten la libertad de modificarlos desde dentro. Nosotros, con nuestros proyectos de investigación, y cumpliendo la legislación educativa, estamos potenciando capacidades como la observación, la correcta anotación de lo observado, el debate, la defensa de ideas, la aportación de iniciativas, la lectura, el cálculo, la expresión oral… O sea que sin perder de vista lo que nos dice el PISA, tratamos de conseguir personas dispuestas a enfrentar y cambiar el mundo que las rodea. Hemos sabido aprovechar las posibilidades que nos brinda el propio sistema.
Por lo que dice, se trataría de volver los ojos a aquel humanismo de Einstein o Cajal, que tan bien supieron casar la ciencia sin renunciar a la poesía, la música, la pintura… Todo aquello que nos hace precisamente humanos.
— Sin duda, sin duda… Ese es el objetivo. Que de nuestras experiencias nacerán  científicos es seguro, pero queremos científicos reflexivos, comprometidos con la sociedad, críticos. Y ojo: nuestras experiencias deben servir también a quienes se inclinen por otros campos del saber.
Con las horas que le dedica seguro que lo consigue. Hablemos de conciliación familiar.
— Estoy casado. Dos hijos y otro en camino. Blanca, mi mujer, es más que apoyo. Sabe que vengo del mundo de la investigación y que ahora en el instituto puedo compatibilizar la enseñanza con las investigaciones de mis alumnos. Cuesta, claro… Pero es que todo lo que merece la pena cuesta esfuerzo. Digamos que mi familia respeta mi pasión de investigador, y eso hace que me sienta bien. Vengo de la investigación pura y dura, y cuando ya me veía en Estados Unidos pues cambio de idea, y por razones que sería largo de explicar, llego a la educación. Es una decisión consensuada con Blanca, que entiende que investigar con mis alumnos compensa mi afán de investigador en la empresa privada.
No puedo dejar de comentar que esta especie de revolución científica está sirviendo para recuperar la nombradía del instituto, esa calidad que tanto tiene que ver con la personalidad de alguien como el profesor que le da nombre.
— Sí, a mí también me seduce esa impronta que está en el aire y que sin duda tiene que ver con el carácter del profesor Martín Rivero, que fue y sigue siendo un referente en la educación rondeña. Si lo que estamos haciendo contribuye a mantener su legado, perfecto. Pero repito que nada de esto sería posible sin el apoyo de todos, como creo que esa filosofía está en el ADN del centro, como ahora se dice.
Hábleme de los retos que supone una metodología basada en el empleo de espacios abiertos: pasillos, rincones, patios, jardines...
— Los alumnos saben desde el primer momento qué vamos a estudiar, porque fueron ellos, en grupos de debate, los que mediante una “lluvia de ideas” marcaron las líneas de investigación. Pero es que además nuestros alumnos saben cómo y dónde vamos a trabajar, como saben que no habrá resultados positivos sin respeto o sin orden. Piense lo que supone para un instituto del tamaño del Martín trabajar fuera del aula, en espacios comunes controlados por los propios alumnos. Al tiempo que los grupos involucrados en los proyectos investigan, la actividad general del centro debe seguir. Y eso exige un buen uso de la propia libertad, el respeto a los derechos de los demás, orden, silencio… Y más cuando las zonas de experimentación las gestionan ellos.
Freire: “La educación no cambia el mundo, cambia a las personas que van a cambiar el mundo”; “Estudiar no es un acto de consumir ideas, sino de crearlas y recrearlas”.
— Totalmente de acuerdo. Ese es el gran reto del sistema educativo. Nuestros centros forman parte de un mundo donde el error no está bien visto, lo cual entra en fricción con el propio método científico, ya sabe, del error se extraen consecuencias, del error se aprende y así se alcanzan los objetivos. El error es una parte fundamental en los procesos de aprendizaje. Nuestros alumnos, como todos, se equivocan, pero han aprendido a sacar conclusiones del propio error. De cien ideas que se ponen en marcha solo un mínimo porcentaje prospera, pero lo importante es que hemos aprendido a reconocer y superar nuestros errores para alcanzar la meta que nos habíamos propuesto.
¿Y no se corre el riesgo de frustrar al alumno?
Ahí corta tajante y con el deje del severo cordobés que lleva dentro, dice, o mejor, sentencia:
— En absoluto. El alumno analiza los porqués, las causas que invalidaron la idea, y se levanta y procede a realizar cambios basados en la reflexión. El error es fundamental en nuestros proyectos. El propio alumno aprende que errar es avanzar.
¿Cuántos alumnos han pasado por los talleres hasta hora?
— Es difícil de cuantificar… Más de seiscientos seguro.
Un número difícil de barajar y que da que pensar, la verdad.
— Desde luego, pero ahí entra la profesionalidad del docente, y ya le digo que son muchos los compañeros y compañeras que están involucrados. Esto solo es posible con el esfuerzo de todos. Todas las materias acaban enriqueciendo los proyectos. Piense que nuestros alumnos exponen sus trabajos ante investigadores de gran nivel, en foros universitarios en ocasiones, y hasta en inglés. Yo creo que ahí está la grandeza, en que los mismos alumnos a los que les cuesta opinar y argumentar sus ideas, aquí lo hacen con naturalidad e independientemente de su nivel académico.
Se supone que el medio ambiente está presente.
— Necesariamente. Los alumnos se plantean qué pueden hacer ellos por el medio donde viven y transforman sus ideas en proyectos de investigación que lo mejoran… A modo de ejemplo, el alumno sabe que los recipientes de plástico son una fuente de contaminación muy grave. Pues bien, partiendo de ahí, no se queda en la mera denuncia, sino que va más allá y se plantea cómo transformarlos en algo útil. Desde la basura investigan hasta lograr inventos que aportan soluciones y también aprovechamiento económico. Y así llegamos al I+D+i…
Bien, paremos. Con palabras sencillas, ¿qué quiere decir I+D+i y qué supone?
— Detrás de los proyectos I+D+i está el tratamiento de aspectos de la realidad que los alumnos consideran que pueden ser útiles… Eso surge en la fase de “lluvia de ideas”, donde el alumno deja volar su imaginación. Se centra en “algo” y sigue el “yo voy a investigar esto para…”.
Más claro.
— Pongamos un ejemplo. Un grupo de alumnos observa algo tan simple como que cierto material de los pañales retiene líquidos. A partir de ahí se plantea cómo utilizarlo, probando mezclas, variando condiciones, hasta desarrollar un invento que aproveche esas propiedades. Es ahí, en ese punto, cuando tiene que conseguir un invento que antes no existía y que debe tener una utilidad práctica. Observa, inventa y analiza los resultados. Que no son los esperados, pues nada, innova, realiza cambios y vuelta a empezar… Desde el error está realizando correcciones que acaban, por ejemplo, en un invento que retiene el agua de lluvia, minimiza la evaporación y la pone a disposición de la sociedad.
Está hablando de un invento que les ha procurado varios premios.
— Sí, lo cual es gratificante. Pero no podemos quedarnos ahí. Un científico se caracteriza por su mente inquieta y su afán de mejora. Este curso nuestro alumnado va a realizar cambios, o sea vamos a innovar con nuevos materiales que mejoren el invento.
Una pena la cantidad de materia gris que exportamos.
— Y además gratis. Nuestro sistema educativo dedica recursos ingentes a la formación de alumnos que después emigran. Tenemos un potencial científico increíble, pero no se aprovecha. Sin ir más lejos, el alumnado de la Serranía tiene una capacidad inventiva extraordinaria, una creatividad inmensa, pero hay que buscar el modo de que esas potencialidades repercutan en la zona.
Como veo que usted se calla, seré yo el que mencione algunos de los muchos premios que han logrado, pero, ¿sabe?, estoy convencido de que el mayor de los logros, su gran éxito, es haber convertido al Martín Rivero en un referente de innovación metodológica y científica al que acuden otros centros para tomar nota de lo que ustedes hacen. El detector de humos “low cost” que han patentado es un éxito, pero no menos que haber hecho del Martín un referente en toda Andalucía.
— Con humildad… Yo también me sorprendo de que esto esté pasando en un centro ubicado en una zona relativamente aislada, distante de la Universidad y de los grandes centros de investigación e innovación, sin grandes empresas. Y a pesar de tantos inconvenientes, nuestro trabajo está sirviendo para que nuestros alumnos se traten de tú a tú con alumnos de otros centros que en principio parten de realidades más propicias. Me gustaría que viera cómo alumnos y alumnas del medio rural comparten ideas, presentan inventos, elaboran ponencias de calidad increíble… Ese es el gran logro.
Son tantos los méritos y los premios acumulados por don Marcos Naz y sus alumnos, que enumerarlos todos se hace muy difícil. III Premio de Futuros Científicos (CSIC Sevilla, 2015), galardón de la Fundación COTEC por la labor de innovación educativa, el muy premiado dispositivo DERECALL (invento que ahorra agua a partir de botellas de PET), el Atresmedia de “Grandes profes, grandes iniciativas”, estudios y trabajos con legumbres y polímeros sintéticos, un detector que identifica incendios a partir del humo… En fin, unos clásicos en ferias, congresos y convenciones de Algeciras a Madrid, y de Sevilla a Barcelona.
Hay futuro.
— El futuro pasa por lograr que otros muchos centros sigan nuestro modelo. Eso aportaría en el corto y medio plazo un plus de valor incalculable a la sociedad y educación andaluzas.
Lo dejamos. El recreo ha terminado, suena la llamada a clase y don Marcos se levanta empujado por el resorte de la responsabilidad y el ejemplo. En algún momento, veo en él a muchos de aquellos profesores que tanta huella dejaron en mí. O como decía don Manuel Martín Rivero: “Tiene un ocho por descubrir que en el sodio está la sal… y la lejía”.

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