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Hablillas

Normalidad

Nos enfrentamos a unas vacaciones distintas, cuya importancia estriba en vivirlas para contarlas.

Publicado: 06/07/2020 ·
01:20
· Actualizado: 06/07/2020 · 01:20
Autor

Adelaida Bordés Benítez

Adelaida Bordés es académica de San Romualdo. Miembro de las tertulias Río Arillo y Rayuela. Escribe en Pléyade y Speculum

Hablillas

Hablillas, según palabras de la propia autora,

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La vamos recuperando con la lentitud y el respeto a la intranquilidad, al miedo. Aún notamos el pellizco del estómago, el peso en el pecho que nos hace suspirar de forma entrecortada. Ha sido y sigue siendo muy duro, pero vamos remontando poco a poco. La mascarilla forma parte del atuendo y el frasco de hidroalcohol ocupa su lugar en el bolso, junto a los pañuelos de papel y las gafas. El pediluvio sigue junto al felpudo y el pulverizador con el desinfectante vigila erguido sobre el fregadero y los lavabos. Son las normas que cumplimos con esmero y hace unas semanas conviven con el movimiento, con la vida que ha salido de la casa y camina por la calle, con los ruidos que no oíamos hace tiempo, como los botes de un balón, el rodaje de un monopatín, los gritos de los más pequeños al resbalar por el tobogán, al pedir un capricho con insistencia o al romper a llorar por negárselo, las bocinas de los coches, indicadores todos de bullicio y compañía, aunque el saludo y la conversación se hagan a distancia.

 Durante los primeros días de este mes de julio hemos oído con agrado el rasgueo de una guitarra acompañando al cante y al baile para recordar la muerte de Camarón. Ha sido como dar la bienvenida al verano, al inicio de la velada con un refresco, el papelón de pescado frito y un rato de conversación. Nos enfrentamos a unas vacaciones distintas, cuya importancia estriba en vivirlas para contarlas. Por eso no se ha descuidado la programación para las tardes de estos meses. Habrá un poco de todo, será bien venido, agradecido por la mayoría y criticado por los de siempre. Sin ellos La Isla no sería la nuestra, perdería aquello que refuerza su carisma, el ejercicio, el hecho de saber de ese grupo formado por cuantos no se han movido de la pantalla.

Ellos son parte de esta normalidad que se va acomodando de nuevo, porque, como antes del confinamiento, sus comentarios a destiempo y destemplados bajo las noticias, se leen y se olvidan. A buen seguro que no han recuperado los sonidos, más bien habrán protestado. En este caso también se habrán perdido los ensayos de la banda, las notas de las trompetas, los toques y redobles de los tambores colgándose al silencio del anochecer isleño, el único donde el calor huele al fango salado de la marisma, donde la oscuridad abre las ventanas para que escape el baile enloquecido de un tenedor, que con aires de reel bate unos huevos para la cena. Se los han perdido. Seguro.

 

 

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