Tal día como hoy se promulgó la Constitución de 1812, efeméride que ha llevado la Mesa del Parlamento andaluz hasta el gaditano Oratorio de San Felipe Neri, tierra santa de la democracia española que vio nacer a
La Pepa, llamada así por ser el día de San José, y no por tratarse de alguna conocida actriz o vedette de la época.
Ocho siglos después de aquella Carta Magna, base para la redacción de otras posteriores en Europa y Sudamérica, aún no se ha consolidado lo que entonces se apuntaló. Me refiero a la división de poderes. Aquella Constitución, redactada por los diputados doceañistas en la Isla de León, era tajante al establecer por primera vez la separación de los poderes legislativo, ejecutivo y judicial. Ahora, en pleno siglo XXI, esa división está cada vez más borrosa. En ocasiones, imperceptible.
La tendencia del ejecutivo a convertirse en legislativo es inquietante. Los decretos ley, que la Constitución de 1978 limita a casos de extremada y urgente necesidad, se han convertido en el pan nuestro de cada semana. Pedro Sánchez es el rey absoluto del decreto ley, pero su antecesor Mariano Rajoy, con 35 de estas iniciativas, también se abonó a esta forma de legislar que no requiere de consentimiento previo del Congreso de los Diputados y su publicación en BOE es inmediata.
Los intentos del ejecutivo por convertirse en judicial también dejarían atónitos a los padres de
La Pepa. El persistente intento de control del órgano de gobierno de los jueces y de la fiscalía general del Estado (da igual qué gobierno esté cuando leas esto) es otra de las tentaciones.
Importa un comino el ámbito territorial del que hablemos. En Andalucía, es evidente también el intento de control del ejecutivo sobre órganos fiscalizadores independientes. Desde el Consejo Audiovisual de Andalucía al Defensor del Pueblo pasando por la Cámara de Cuentas, que precisamente ahora estrena presidenta, la realidad es que los gobiernos mandan como es natural, pero lo hacen más allá de las competencias que incluso la Constitución de 1812 les limitó. Volver al espíritu de
La Pepa suena hasta iluso en un momento en el que se ha demostrado el fracaso de las formaciones políticas que trataban de traer nuevos aires a la democracia española y se mantiene y de qué forma la amenaza de la extrema derecha, como pudimos contemplar en la Plaza Nueva de Sevilla.