Don Gregorio habría cumplido esta semana 90 años. Nos lo ha recordado el algoritmo de Google. Don Gregorio, que nos dejó hace casi un lustro, se mereció un entierro a la altura del de Edward Bloom, el protagonista de Big fish, que era despedido junto al río por los personajes que había inventado en sus cuentos. Allí habrían estado sus borrachos, los niños con orejas grandes, los agentes de la meletérica, algún pedazo de fistro, el gorila del zoo, el doctor Grijander, una legión de cobardes, el concejal de Cuenca, Perry Manso y el caballo de Bonanza. Desde su marcha solo Antonio Reguera y Luis Lara han estado en disposición de reivindicar la necesidad de un oficio en vías de extinción y que la televisión se ha encargado de relegar de las parrillas en favor del monologuista, aunque parezca haber ido a preguntar por los méritos de algunos y algunas a la sala de estar de sus padres, y aún así premiarlos con programa propio.
Don Gregorio nunca se metió en política, salvo cuando nos recordó lo que pintaba un edil de provincias fuera de su casa, pero le habría bastado un vistazo para comprobar el estado de nerviosismo que causa en muchos candidatos la proximidad de unas elecciones: han empezado a moverse más que los precios, aunque algunos no sepan ni lo que cuesta el café del desayuno, ni a cuánto está el litro de leche o el de gasolina. Eso lo sabe quien va a desayunar en la pausa del trabajo, quien va a hacer la compra al supermercado, quien reposta en estaciones de servicio o quien va con la familia a un restaurante, que es donde se han disparado los precios como no lo habían hecho en más de tres décadas. “¿Te da cuen?”.
En Andalucía los discursos predominantes pasan por abordar las opciones de un gobierno de derechas o de izquierdas a partir del 19 de junio, por determinar quién debe ocupar la vicepresidencia de la Junta, por alentar la movilización del voto o justificar tanto la fragmentación de la izquierda como la animadversión en la derecha, como si en vez de votantes fuéramos hinchas y tuviéramos que vivir la campaña con la intensidad con la que esperamos un Madid-Barça. Lo único evidente de la comparativa es que, como en el fútbol, quienes ganan son los que juegan. “¡Al ataque!”.
Cuestiones que están en el día a día de los partidos y de los candidatos, en el de los que se juegan sus escaños en el Parlamento, pero que solo despiertan curiosidad frente a la cada vez más opresiva realidad de nuestro día a día: los precios en productos de alimentación han subido un 22% en un año; muchas familias destinan ya el 25% de sus gastos a la cesta de la compra; y dos de cada tres no logran ahorrar nada, salvo que compren menos productos o asuman la tarea de recorrer diferentes supermercados para comparar precios y establecer una nueva rutina o, directamente, un cambio en hábitos de consumo que implica determinadas renuncias: a salir de tapas, de compras, de vacaciones, a un concierto o a una sesión de rayos. El precio de la gasolina, por ejemplo, acaba de marcar un récord histórico y está ya un 50% más caro que hace un año. Solo desde el inicio de la guerra en Ucrania, ha pasado de 1,72 euros el litro a más de dos, con lo que el descuento del Gobierno apenas se aprecia, y menos aún lo hacen los transportistas, cuya plataforma ha retomado ya las asambleas a nivel nacional y avanza un julio caliente con la posibilidad de un nuevo paro nacional indefinido. “¿Cómorrr?”.
Ahora que han venido a visitarnos los líderes nacionales de los diferentes partidos tampoco les escucharemos hablar de ello, porque tienen cosas más importantes en juego. El PSOE lo hace con un lema desesperado: “Si votamos, ganamos”, mientras que entre el resto de votantes de izquierdas aún hay quien se anda preguntando quiénes son los nuestros. Vox ha iniciado el desembarco desde Madrid en apoyo de Macarena Olona como si fuera de gira con Madonna, porque tampoco acepta preguntas de la prensa, y Ciudadanos lamenta no haber rentabilizado una gestión de la que se ha apropiado el PP -“hasta luego Lucas”- como ahora pretende hacerlo del votante moderado socialista para que le salgan las cuentas y no un pacto a qué precio, que ahí sí que se le puede poner por las nubes.