Hace unos días leía a un compañero en redes sociales una de las frases que nunca me ha gustado, sobre todo por disfrazar otra realidad tras esas palabras. Hablo de la ‘envidia sana’, un eufemismo que se suele utilizar como si fuese un elogio a quien de una u otra manera logra objetivos que otros quisiéramos, o tuviese cualidades que nosotros no tenemos. La envidia es según la RAE: “Sentimiento de tristeza o enojo que experimenta la persona que no tiene o desearía tener para sí sola algo que otra posee”, y da igual como disfracemos dicho sentimiento, eso es envidia, siendo algo tan natural como el respirar.
Otro tema sería las consecuencias que dicho sentimiento nos producen, cómo lo asumimos y hasta qué punto nos afecta o condiciona, pero sentir envidia es parte de esta vida que nos ha tocado. Ejemplos expresados por amigos: no haber nacido en una familia Real, no tener un padre ministro con ciertos enchufes, no ser hermano de un juez, o tener como amigo al alcalde de cualquier ciudad. Son sentimientos tan aceptables y asumibles en el día a día que se afrontan y casi se naturalizan; se llevan con la mejor dignidad posible.
Las circunstancias cambian cuando el sentimiento va más allá y se apropia de nuestra vida, llegándose a sentir ira, resentimiento e incluso dolor. Ya no hablamos de emociones que nos remueven e incluso nos puede servir para esforzarnos más y lograr aquello que deseamos, entramos en ese odio que impulsa deseos de que aquello que tienen otros, lo pierdan, convirtiéndose en una enfermiza actitud. La historia está llena de episodios relevantes condicionados por la envidia, celos o, como diría mi madre, ‘pelusilla’. Y lo curioso es que cuanto más cerca sintamos la envidia, peor se lleva. En la mayoría de las veces, la envidia deja entrever las carencias del envidioso, buscando siempre los puntos débiles para tapar su propia frustración. A la gente envidiosa hay que temerla, alejarla de nuestro lado y crear muros enormes. Jackson Brown decía que la envidia es el homenaje que la mediocridad le rinde al talento, y vivir bajo su dominio no se vive, solo se envidia.