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La visera

Cuando se cumple el primer semestre de los actos programados para conmemorar el bicentenario de las Cortes de 1810, aparecen de repente en el calendario los XIV Campeonatos Iberoamericanos de Atletismo.

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Cuando se cumple el primer semestre de los actos programados para conmemorar el bicentenario de las Cortes de 1810, aparecen de repente en el calendario los XIV Campeonatos Iberoamericanos de Atletismo que el alcalde nos vendió como una especie de olimpiada universal, ad maiorem ego gloria de sus ínfulas y alucinaciones vesánicas. Y digo de repente, porque una semana antes de su celebración, solo conocían su inminente advenimiento el propio alcalde, el señor Prado y los jardineros de Bahía Sur. Un par de vallas publicitarias, dos altavoces en el capó de un coche pregonando el acontecimiento y un cartelón sobre el balcón del ayuntamiento, fue todo el aviso que nos dieron para divulgar algo con lo que se pretendía proyectar la ciudad más allá de nuestras maltrechas marismas.
Pero vayamos por partes porque la lectura de este evento tiene dos análisis contradictorios bien definidos. A saber; el análisis subjetivo y el análisis objetivo.
En el primero cabe resaltar la magnitud que desde el ayuntamiento se le ha querido dar desde el principio a la celebración en nuestra ciudad de estos campeonatos que a nivel mediático apenas superan a un modesto Grupo de Primera Regional si hacemos un símil futbolístico.
Los Iberoamericanos son jumentos de noria dentro del elitista conjunto de purasangres atléticos. Gozan de escasa repercusión popular y últimamente la AIA sufre verdaderos problemas para encontrar sedes organizadoras que los acojan porque los resultados económicos resultan deficitarios y la repercusión internacional de los patrocinadores es prácticamente nula. ¿Recuerda alguien dónde se celebraron los últimos?
Salvo alguna excepción en la que son utilizados como coso de entrenamiento, la flor y nata de los atletas renuncian a ellos porque las marcas mínimas exigidas son ridículas y el crédito de la victoria cotiza a la baja en los ateneos de la alta competición. Poner a competir en estos campeonatos a plus marquistas de la talla de Marta Domínguez, por poner un ejemplo, es como poner a un equipo de la NBA a jugar contra una tribu de pigmeos.
Es tan insustancial la onda expansiva de este evento, que ni siquiera los medios deportivos especializados les dedican atención preferente. Ni la prensa, ni los programas de radio ni los telediarios se hacen eco de su celebración. Fútbol, baloncesto, motos, ciclismo… cualquier modalidad deportiva incluidas las menos relevantes como el hockey o la natación sincronizada, eclipsan el falso espejismo que deslumbró al alcalde cuando le endosaron la organización de estos campeonatos. Sólo gracias a la proliferación de cadenas temáticas de televisión en los últimos años, podemos ver en Teledeporte la retransmisión del acontecimiento. De otra forma su difusión hubiese quedado confinada al ámbito local y alguna que otra reseña autonómica.
Con las jornadas de sábado y domingo por celebrar en el momento de escribir este artículo, lo que se vio el viernes en el estadio no llama al optimismo precisamente. A excepción del grupo de aficionados apiñados en la recta de meta, la contemplación del resto de la grada era desoladora. Algo que, al menos en esta ocasión, no puede imputarse a la crisis ni a los precios, porque no existe espectáculo al que se pueda acceder hoy día por tan poco dinero. Las razones hay que buscarlas por los derroteros que ya han quedado expuestos al principio en cuanto a la exigua difusión y nula motivación a la población para implicarla en la asistencia a las distintas pruebas.
Dicho esto y calificada con insuficiente la realidad de la naturaleza enaltecida de estos campeonatos, pasamos al análisis objetivo de su desarrollo en nuestra ciudad y, he aquí, que tengo que volver a recordar una vez más aquella ominosa sentencia del maestro de escuela Moreno cuando, antes de su misteriosa deserción de la alcaldía, aseguró categóricamente que "los chiclaneros hacen un monumento de un mojón, mientras que nosotros convertimos en mojones los monumentos". Valga pues el despreciable aforismo para aplicarlo a la concesión de los Iberoamericanos a La Isla y utilizarlo para decirle al señor de Bernardo que su predecesor le puso en bandeja la oportunidad de contradecirlo.
Si es cierto que los chiclaneros hacen un monumento de un mojón, esta era la ocasión para haberlos emulado sacando petróleo de una muestra de orina, porque, a pesar de la fruslería ya expresada de estos campeonatos, una adecuada gestión hubiese conducido a mejorar las infraestructuras y el patrimonio urbanístico de la ciudad dotándola de servicios e instalaciones de los que carece.
Las ocasiones las pintan calvas y la oportunidad histórica de proyección y progreso se ha perdido. Al igual que con el resto de actos vinculados al Bicentenario, los Iberoamericanos soólo van a servir para aumentar el fondo de armario de sus señorías y confirmar la certeza popular de su ineptitud.
Con el paso de los años, la visera del estadio será el único vestigio del ridículo legado que nos testó este devaluado acontecimiento.
pacolaisla@yahoo.es

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