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El cementerio de los ingleses

Blandengues de toda la vida

"Las niñas de hoy en día no saben freír un huevo", he oído alguna vez y, además, sigue siendo frecuente

Publicado: 17/09/2023 ·
18:41
· Actualizado: 17/09/2023 · 18:41
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Autor

John Sullivan

John Sullivan es escritor, nacido en San Fernando. Debuta en 2021 con su primer libro, ‘Nombres de Mujer’

El cementerio de los ingleses

El autor mira a la realidad de frente para comprenderla y proponer un debate moderado

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"Así se ha hecho toda la vida y nunca ha pasado nada". Cuántas veces no habremos oído esa sentencia ante cualquier cambio que venga a hacernos la vida un poco más fácil o a hacerla un poco más justa. Y es que comprendo que haber soportado calamidades sea motivo de orgullo, máxime si se ha pasado por ellas sin perder el ánimo y sin que la sonrisa pierda su lugar. Sin embargo, eso no significa que tengamos que estancar los avances y seguir padeciendo como lo hicieron nuestros abuelos. Algunos ya tenemos una edad y crecimos escuchando sus relatos de la posguerra, incluso aprendiendo de ellos si poníamos atención. También, decidiendo que había según que cosas por las que no queríamos pasar. Aún así, más de una vez pasamos por ellas.

"Los jóvenes no quieren trabajar", oía a menudo en mi infancia y adolescencia cuando alguien dejaba un trabajo por tener jornadas excesivamente largas o por ser consciente de la explotación que sufría. "Yo trabajaba de sol a sol por dos reales, mantenido y un traje al año". Solían añadir que aquí estaban, que no pasaba nada. La memoria tiene la defensa de atenuar los recuerdos más negativos, cuando no de eliminarlos, haciendo que en ese alarde de dureza y resiliencia no mencionen cuántas veces lamentaron perderse la infancia de sus hijos, cuántas veces se iban a la cama para dormir apenas un rato con dolores hasta en las pestañas o cuántas veces se hicieron herida sobre herida hasta que las manos y la piel formaron callos que ya no sangraran cuando se empuñaba un azadón.

"Las niñas de hoy en día no saben freír un huevo", he oído alguna vez y, además, sigue siendo frecuente. Quizá resulte ahora que tienen que pedir disculpas por estudiar, por trabajar para no depender económicamente de nadie y no tener que soportar lo que nuestras madres y abuelas soportaron alguna vez. Pedir perdón por el máster, por formarse, por estar en el mercado laboral, por dejar paulatinamente de tener miedo a que su marido venga borracho y con ganas de pelea. No, no deben disculparse ni avergonzarse por avanzar mientras tienen que luchar contra un sistema que torpedea las conquistas feministas desde los tribunales, los medios, el machismo estructural y social que trata de imponerles esos vetustos roles patriarcales... Y es que parece que crece el miedo ante las mujeres sin miedo, que algunos no conciben la necesidad de consentimiento para un encuentro íntimo, que muchas y muchos todavía no entienden que un beso forzado o un tocamiento de culo en un pub también es violencia sexual...


"Esto en mis tiempos no pasaba", dicen algunos mayores cuando ven que su vecina se ha cortado el pelo, viste de otra manera y pide que le llamen por un nombre de varón. Se llevan las manos a la cabeza cuando ven al hijo del frutero con otro hombre de la mano o porque en televisión han visto una película con un beso entre dos mujeres. Y no es que no pasara, es que no se sabía. En sus tiempos, de haberse sabido, a aquellos por quien tanto penan y se horrorizan les esperaba la cárcel, la tortura y quién sabe qué más. Y es comprensible que les cueste entender esas cosas que nunca han visto o que, si se sospechaban, eran vistas como una aberración. Un niño juega con muchas niñas y un señor mayor afirma que «"este cuando crezca las deja preñadas a todas o sale maricón perdido". Pues eso.

Y esto no es tanto el menospreciar lo vivido por nuestros mayores como poner de manifiesto la lentitud con que avanzamos. Porque esos mensajes que puedo comprender hasta cierto punto en personas que ya tienen tanto vivido que no van a cambiar, no terminan de irse de otras cabezas sin canas o de rostros sin arrugas. También es cierto que se juega con esas emociones. Convertir el orgullo de nuestros mayores por todo lo soportado sin caer en rechazo hacia los avances laborales, sociales y creer innecesarios los nuevos derechos conquistados. Convertir el impacto por cada novedad que se va implantando en odio hacia quienes se ven beneficiados. Y lo más curioso es que quienes contribuyen a la perpetuación de valores sin evolucionar, luego disfrutan de esos avances que critican en público. ¿Será que, en realidad, quieren convertirlos en privilegios? ¿Será que les molesta que no se explote al trabajador, que las mujeres vivan en dignidad y sin miedo o que cada uno sea quien realmente es? Yo creo que, en realidad, les da miedo salir de la zona de confort que les brinda su universo acomodado donde ya no tienen que evolucionar para entender lo que ahora es nuevo aunque siempre debió ser. Y tienen tanto miedo que se envuelven en una capa de dureza aunque sean justamente el título de esta columna: blandengues de toda la vida.

 

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