Los españoles estamos en continuas campañas electorales. Al día siguiente de la celebración de unas elecciones todos hacen sus valoraciones y todos han ganado, aunque algunos hayan recibido un fuerte castigo por el rechazo ciudadano. Se buscarán estrategias para, desde el primer día, empezar la persecución del “enemigo”. También, en lo que se suele llamar “precampaña”, los “aparatos” de los partidos políticos están muy ocupados preparando sus listas electorales, colocando a sus fieles, a los que se les debe un favor o se espera recibir apoyos de ellos o de sus familias.
¿Olvidan los dirigentes políticos que la gente honrada y preparada no dará su voto a personas que hacen de la política su modus vivendi? La mayoría de los ciudadanos esperan que la noble acción política se desempeñe con dignidad y siempre al servicio del ciudadano. La gente está harta de que, una vez elegidos, se olviden de las promesas electorales y busque sus propios intereses. ¿Por qué tienen tanto miedo los aparatos de los partidos a las listas abiertas? No sirve la respuesta simplona de que habría que cambiar la Ley Electoral. Leyes se modifican e incluso se inventan algunas que nada tienen que ver con los verdaderos intereses de los ciudadanos.
La sociedad necesita personas en las que poder confiar y que sepan administrar los recursos públicos con justicia, equidad, con eficacia y eficiencia. Se suele decir que el perfil de los políticos debería ser de personas preparadas bien pagadas; sería rentable. Se evitaría la multitud de asesores y enchufados. Por supuesto esos sueldos deberían ser fijados objetivamente y de forma reglada. No tendrían cabida los mediocres puesto que, al ser listas abiertas, el pueblo elegiría a los mejores. La política se convertiría en un servicio al pueblo, desde el pueblo y con el pueblo.
Continúa, una vez más, el baile de descalificaciones improcedentes. Los programas electorales de los diferentes partidos los conoceremos a través de las críticas que les hacen los adversarios. No aprenden que “la crítica por la crítica” no es aliciente para la gente razonable. En el 2011 se necesitan personas que sean referentes objetivos, despojados de intereses partidistas, que sean una especie de aldabonazo para que los ciudadanos se fíen de sus representantes. A veces, los nuevos ricos surgen de la corrupción. La corrupción nunca puede verse como un hecho normal, ni se pueden admitir “niveles de corrupción”, ni consensuar acuerdos para pasar página.
Desde una genuina interpretación política no se puede aceptar, de ninguna de las maneras, la existencia de la corrupción, sin una lucha contundente contra ella. La lucha contra la corrupción está en la misma naturaleza de los partidos políticos democráticos y en la misma naturaleza humana, cuando busca el bien. La corrupción, el robo, el fraude y el engaño, la opresión y la pobreza son realidades concretas. Y también son concretos los responsables. Hay repetir una vez más que el ejercicio de la autoridad política en las instituciones representativas debe realizarse siempre dentro de los límites del orden moral para procurar el bien común.
Es entonces cuando los ciudadanos estamos llamados a colaborar en el bien común. Pero cuando la autoridad pública, rebasando su competencia, abusa de su autoridad, los ciudadanos tienen la obligación de defender sus derechos y los de sus conciudadanos contra el abuso de la autoridad que se haya convertido en ilegítima buscando sus propios intereses. Los partidos, dentro de sus estrategias, deberían esmerarse en presentar, bajo sus siglas, a personas honradas y dispuestas a consagrar sus esfuerzos al bien común. ¿No serán las listas abiertas el antídoto de la corrupción?
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