No están los tiempos para celebraciones, a pesar de que digan los del desgobierno que nos desgobierna que la economía va “como un cañón”. Los casos que ponen al presidente contra las cuerdas, que cada día son más y con nuevas aristas, hacen de España el foco de la corrupción en, al menos, gran parte de Europa. Aquí están pasando cosas que serían dignas de más de una dimisión en cualquier país, pero el nuestro camina a pasos agigantados hacia una República Bananera o Bolivariana y nadie deja la poltrona. Será que los jueces se han empeñado en no hacer bien su trabajo o a dejarse influenciar por la oposición al desgobierno. Será que todo el mundo es honrado y honesto, salvo el Sr. Aldama que tira de la manta y apunta a la cabeza visible de la Moncloa. Será que la esposa del presidente no ha hecho nada incorrecto en connivencia con unos pocos y utilizando a su servicio a determinado personal del palacio en el que vive. Será que ninguno de los mortales tenemos la tradición familiar de guardar en casa, en cualquier cajón, una importante cantidad de dinero como lo hace Koldo en la suya: cosas de familia. Será que ahora Ávalos, el defenestrado por sus propios compañeros del partido socialista, no es en realidad quien nos hicieron creer que era (“el que la hace, la paga”), sino un señor honesto y honrado acosado por las calumnias de todos los demás. Será que el ministro del Interior y el de Política Territorial no han usado un piso para sabe Dios qué cosas.
Pues a pesar de todo esto, la Navidad está encima y, al menos durante unos días, podremos dejar aparcados estos asuntos y disfrutar de la amistad, de la familia, de los buenos deseos, de nuestras ciudades engalanadas para la fecha, del final del año y de la llegada de Sus Majestades los Reyes Magos, para deleite de los más pequeños. Y de todos esos heraldos y carteros reales que recorrerán nuestras calles.
Por eso, más que nunca este año, procuremos ser felices en este trampantojo que llega. Sí, miremos para otro lado, porque nos merecemos unos días de complicidad con la felicidad y los buenos deseos. Miremos a nuestro hogar, a nuestras familias, a nuestros amigos, y disfrutemos de los días. De cada momento que podamos, que nos quede libre, arrancándole a la vida la sonrisa y el bienestar. Pongamos dulces en nuestras mesas y en nuestro corazón. Adornemos con guirnaldas nuestro hogar y nuestra alma. Es lo que nos queda para poder transmitir un poco de felicidad a todos. Y sonriamos, a todo y a todos.
Sean las líneas de esta semana mi deseo de paz, felicidad y prosperidad para todos los que recorren con sus ojos esta columna de opinión. La alegría de estos días que no se empañe con lo que tenemos a nuestro alrededor. Lo pido de verdad, de corazón. Y nada de felices fiestas. Yo les sigo deseando, como siempre, FELIZ NAVIDAD.