No sé si recordarán a Ámiam, ese amigo de mi amigo que le contaba las gratas experiencias vividas durante sus siestas. Descubrió que los madrigales eran el perfecto acompañamiento en las somnolientas tardes de verano e inspiraban en su duermevela las aventuras más extraordinarias.
Pues bien, llegó un día, sobre las tres y media, en que fue sobresaltado por una llamada a su móvil. Un número desconocido en tan litúrgica hora nona, no podía ser para nada bueno. Al descolgar la llamada tan sólo pudo oír un extraño y sobrecogedor silencio. Sólo la nada contestaba a sus reiterados interrogantes: ¿Quién es? ¿Qué desea? Finalmente desconectó la llamada, quedándose colgado por la duda de qué podía tratarse.
La vespertina modorra del día siguiente fue nuevamente interrumpida por la misma llamada, por aquel misterioso número que empezaba por 621. Y así tarde tras tarde, a la misma hora, Ámiam contestaba al reclamo esperando una respuesta.
Tras alcanzar el hartazgo decidió, con cierto respeto, devolver la llamada. Entonces descubrió que se trataba de un teléfono comercial en el que una señorita de voz dulce le ofrecía un seguro para su coche. Educado como era, no rechazó la llamada de forma inmediata y dejó que la vendedora soltara toda su retahíla. Se quedó tranquilo sabiendo que no eran llamadas del más allá, ni de una confabulación infernal, y que por fin volvería a disfrutar de sus momentos de letargo tras reafirmarse en que no le interesaba su oferta.
Pero, nada más lejano de sus pensamientos, la tarde siguiente de nuevo aquel 621 volvió a hacer sonar su móvil y despertarlo cuando ya estaba casi traspuesto. Desde su innata afabilidad respondió hasta que desde el otro lado, esta vez un caballero, le ofrecía cambiar de compañía de electricidad. Y así una tarde tras otra iba rechazando todos aquellos ofrecimientos, compadecido por el duro trabajo que ejercen los teleoperadores. Recordaba aquellos alumnos que les habían contado sus experiencias en dichas labores y como sus caras evidenciaban una sensación de desamparo, de fracaso o simplemente de amargura.
Hasta que llegó un día en que se hartó y bloqueó aquel 621, pero su disgusto fue a mayores cuando en las sucesivas tardes otros teléfonos con el mismo prefijo llamaban a la misma hora. Cuando se dio cuenta tenía bloqueados más de cien números que así empezaban.
La última vez que mi amigo vio a Ámiam, este deambulaba cabizbajo y taciturno. Le contó desde una desconsoladora amargura que allá por un día de agosto, cuando la lotería anuncia la llegada de la Navidad, un lotero se le acercó para ofrecerle un billete para el sorteo del gordo. Bajo un sol de justicia, en plena ola de calor, vio que el número empezaba por 621. Le dio tal vahído que tuvo que ser ingresado. Lo peor fue al conocer aquellas desgraciada Nochebuena que el número premiado con el Gordo fue el que rechazó.
Ahora Ámiam ha descubierto que en las redes sociales se ha implantado un nuevo modelo de comunicación, crear ciertos códigos numéricos que significan palabras. No ha dudado en presentar la candidatura del 621 con el significado de odioso.