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Y no comieron perdices

Aquella niña ya no es tan niña, ha madurado apresuradamente a fuerza de palos en su corta vida y de ver tanto sufrimiento en su familia...

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Aquella niña ya no es tan niña, ha madurado apresuradamente a fuerza de palos en su corta vida y de ver tanto sufrimiento en su familia. Su padrino hace tiempo que no la llama, se ha desentendido de ella y de sus padres. Nunca pidió que aquel señor la apadrinara y la utilizara como ejemplo de nada. La eligieron sin preguntarle, pero como en su casa son educados aceptaron de buena fe aquel compromiso que el padrino adquirió con ellos. Pertenece a una familia humilde, de esas que antes de la dichosa crisis se hubiera clasificado como clase media, y sus padres creyeron las promesas del padrino, confiaron ciegamente en que resolvería el futuro de su pequeña.

Han pasado los meses y el padrino ni siquiera habla de ella. La niña recela cada vez más de todas las promesas que le hicieron. Para empezar, su familia no tiene vivienda. Sus padres compraron una hace algún tiempo, en una época en la que, según le han contado, el banco no solo les concedió la hipoteca sino más dinero para que compraran un coche y amueblaran el nuevo hogar.

Entonces todo era sencillo, los sueños estaban al alcance de la mano, de cualquier mano, incluso de la de sus padres, honrados trabajadores. Las cosas se fueron torciendo, su madre perdió el trabajo y su padre entró en un ERTE, con la consiguiente reducción de salario y jornada; poco después fue despedido en la segunda regulación de empleo. El dinero ya no daba para pagar la hipoteca, así que el mismo director de la sucursal bancaria que les regaló tanto dinero sin avales, fue quien les amenazó con el embargo si no pagaban. Malvendieron el coche, aún así no podían pagar el piso, así que fueron desahuciados. Se vieron con su hija en la mismísima calle. Menos mal que los padres de su madre, sus abuelos, hicieron un hueco en su pequeño piso para que vivieran allí con ellos.

El desempleo se agotó, ahora viven gracias a la ayuda de 400 euros y las pensiones mínimas de sus abuelos. Su padre ha tirado la toalla, con su edad y las cargas familiares que tiene nadie le contratará, y eso que confió en algunos compañeros del padrino de su hija cuando dijeron que la reforma laboral iba a resolver la situación de personas como él. Mientras, sus abuelos han pegado un bajón y necesitan atención especializada, pero no hay manera de que les concedan las ayudas de atención a la dependencia. Su madre está desesperada, tiene que hacerse cargo de sus ancianos padres y no puede buscar algún trabajo que alivie la economía familiar.

Ahora su casa es triste. Cuando se acuesta, sus padres se quedan charlando y hablan de ella, de su futuro. Lo hacen desesperados porque no saben si podrán darle una educación de calidad. Las becas se acaban, y para cuando vaya a entrar en la universidad quien sabe si habrá. Cortan la conversación con un deseo: “que nuestra hija no sea una fracasada como nosotros”.

Ella no es idiota. No entiende lo que ve en los informativos de la tele, que la mentira y el delito se intenten justificar; le rechina que no se castigue a los defraudadores y a quienes se han aprovechado de situaciones como la de su familia para enriquecerse. Ni siquiera le alegra la selección, antes sí, cuando veía los partidos con su padre y cantaban eso de “yo soy español, español, español”. Su padre ya no los ve, dice que le da vergüenza ser español, y a ella también.

A pesar de ser tan pequeña le cabe mucha indignación cada vez que a hurtadillas pone el DVD que sus padres escondieron hace tiempo. De tanto verlo, se sabe de memoria el inicio del vídeo: “Yo quiero que la niña que nace en España tenga una familia y una vivienda y unos padres con trabajo, es lo mínimo que debemos exigirnos. Me esforzaré para que la familia esté atendida, la vivienda se pueda conseguir y para que no falte el trabajo”. Llora de rabia ante tanta mentira y quita las imágenes. Antes podía verlas hasta el final porque aún confiaba en las promesas que su padrino le hacía en aquel vídeo. Cada vez lo quita antes porque cada vez cree menos en su padrino Mariano. Sabe que la ha olvidado y que no comieron perdices; ahora es ella quien quiere olvidar que un día fue la niña del cuento de Rajoy.

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