Prácticamente la mitad de la humanidad, 3.000 millones de personas, subsiste con dos dólares diarios -unos dos euros y medio- en un mundo que, paradójicamente, ha generado una riqueza sin precedentes en la historia. Kofi Annan, premio Nobel de la Paz en 2001, demolía a la comunidad internacional con esta advertencia que, como tantas otras, se desvanecía entre whisky de Malta, fogatas de despacho y contrabando de voluntades.
Hoy, ese discurso que se antojaba tremendista y alarmante, se hace palpable, tangible, se torna real allí donde creyeron que siempre estarían bajo un cobijo seguro. Sonaba muy lejano, poco importaba… se miraba bajo un cómodo prisma de ostentación y dispendio. Hoy, la conciencia colectiva -la nuestra- ha dejado de ser impasible ante la pobreza; ahora nos espera en el banco de hierro donde antes descansaba un trajeado agente de bolsa. Ahora le ponemos rostro.
El rostro de Miguel, de seis años, el menor de tres hermanos. Durante las últimas semanas llevaba una camiseta azul oscuro, desgastada por el tiempo y el uso, muy sucia. En el colegio le preguntaron por su ropa, le ofrecieron ayuda y -muy convencido- se negó a limpiarla. Esas manchas eran su recuerdo de la última vez que pudo cenar sopa de pescado… como siempre, se ensució antes de acabar el plato. Esas manchas eran el reflejo de su ilusión, de su esperanza.
Esto está ocurriendo a nuestro alrededor; son los desenlaces de historias reales que poco tienen que ver con los augurios de redención y resurgimiento que intentan inyectarnos como narcóticos. Frente a manipulados indicadores y cifras fantasmas, las personas siguen quedándose en la calle, sin techo, sin trabajo, sin ayuda, eligiendo entre comer o pagar la luz. Esto es el primer mundo.
Actualmente, en Andalucía hay más de 150.000 personas en riesgo de exclusión social; las desigualdades entre las rentas más altas y las más bajas se han duplicado en sólo siete años; más de la cuarta parte de los niños sufre algún tipo de privación; y un 7,2% de los menores de 16 años padece una situación grave de pobreza. En nuestra provincia Cáritas ha cifrado en medio millar las familias que a día de hoy no tienen hogar. Más manchas de sopa...
Entretanto, seguimos viendo a los de siempre con camisas impolutas regalando subvenciones millonarias, indultando a ladrones, corruptos y princesas, pagando sobresueldos para tapar las vergüenzas, inflando las arcas de los bancos a la misma vez que reducen camas en los hospitales y maestros en los colegios. Ellos siguen viviendo en su mundo paralelo de sillas plateadas y dorados palacetes, mientras Miguel sigue recordando la última vez que cenó sopa con las manchas de su ropa.
Manchas de sopa
Esas manchas eran su recuerdo de la última vez que pudo cenar sopa de pescado… como siempre, se ensució antes de acabar el plato. Esas manchas eran el reflejo de su ilusión, de su esperanza
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