Nacido en Buenos Aires en 1901 Luis Monti vivió la génesis del fútbol argentino, que tuvo como primer y enconado rival no a Brasil, que hasta que no admitió a los negros en su equipo nacional avanzada ya la década de los años 30 no empezó a destacar, sino a sus vecinos orientes del Uruguay. De Uruguay escribió Jorge Valdano que es un país con tanta afición al fútbol que en lugar de aduanas debería tener porterías. La selección Uruguaya ganó sus dos primeras estrellas no en los Mundiales, que aun no habían echado a andar, sino en los JJOO. En 1924 aquel equipo liderado por José Leandro Andrade, causó sensación en Europa. Con su juego de toque y apoyos constantes Uruguay se impuso en los Juegos de París del 24, y repitió cuatro años más tarde en Amsterdam. En 1928 su rival en la final fue precisamente Argentina, en cuyo centro del campo mandaba un tipo bragado y duro llamado Luis Monti.
Dos años más tarde se celebró el primer Mundial, organizado por la República Oriental del Uruguay. Y fue durante su desarrollo cuando arranca, como una novela de misterio, la historia que haría inmortal a "dobleancho". En aquel primer Mundial Luisito fue el alma de la albiceleste... hasta la final. En ella apenas tocó un balón, y, lo que es más extraño aún, no le dio una sola patada a un rival. Tan evidente fue su desgana que los aficionados argentinos lo culparon de la derrota. Poco tiempo después estaba jugando en Italia, en el Juventus, con un sueldo de 5000 dólares al mes, una casa y un coche.
Cuenta la leyenda que Monti recibió la siguiente proposición: si Argentina ganaba la final morirían él o su madre, si perdía el partido tendría el contrato de su vida. La amenaza se la hicieron llegar dos personajes de nombre italiano, Marco Scaglia y Luciano Benetti, presuntamente enviados por Benito Mussolini para que "convencieran" a Monti de la conveniencia de cambiar Argentina por Italia. La historia fue confirmada posteriormente en sus memorias tanto por Monti -que venía recibiendo amenazas desde hacía tiempo cuando jugaba en San Lorenzo- como por uno de los espías fascistas, Marco Scaglia.
Luisito Monti, que había militado en Huracán, Boca Juniors y San Lorenzo, se enroló en la Juve, club con el que ganó cuatro scudettos y en el que jugaría hasta 1939. Sus descendientes aseguran indignados que nunca se nacionalizó italiano, detalle sin importancia por otra parte para el Duce. Vittorio Pozzo, el seleccionador italiano, recibió la orden de preparar y ganar el Mundial de 1934. Contó con Monti y con Demaría, otro argentino expatriado. El cartel de aquel campeonato del mundo mostraba a Hércules haciendo el saludo fascista, con un balón a sus pies. Y a punto estuvimos de aguarle la fiesta al tío Benito. España acudió con un equipo fantástico, liderado por Ricardo Zamora, "el divino" le llamaban, el mejor portero del mundo en su tiempo, los hermanos Regueiro, Isidro Lángara y el enorme Guillermo Campanal. Quiso el destino que en nuestro camino se cruzara precisamente Italia... y dos árbitros también, uno francés y otro belga. Dos, porque el partido, que pasó a la historia como "la batalla de Florencia" duró dos días; del mismo se dijo que había sido el más duro jugado jamás en Europa. Tras terminar el primero en empate, el desempate se disputó al día siguiente. Siete españoles, Zamora entre ellos, y cuatro italianos se perdieron la reanudación debido a las heridas recibidas en la batalla.
Finalmente ganó Italia, gracias a las malas artes de "dobleancho", al parcial arbitraje del belga Baert, que le anuló un gol a Campanal, y al tanto conseguido por Giusseppe Meazza. Monti siguió repartiendo leña hasta la final. En semifinales Italia se deshizo del "Wunderteam", la mejor selección austriaca de la historia, que tenía a Matthias Sindelar, el "hombre de papel" le llamaban, como gran referente. Y en la final, jugada en el Estadio Nacional Fascista, Italia se impuso a Checoslovaquia.
Mussolini ya tenía su Mundial. Y Monti había salvado el pellejo, dos veces. Años después escribió recordando aquel tiempo: "en Uruguay me querían matar si ganada, y en Italia me querían fusilar si perdía". Cuenta la leyenda que cuando Schiavio marcó el gol de la victoria italiana en la final, Monti no paraba de darle patadas durante la celebración. Cuando el goleador le dijo, "para ya Luis, que soy de los tuyos", éste le contestó: "es que acabas de salvarnos la vida".
Luis Monti siguió jugando en Italia hasta 1939. Falleció en Buenos Aires en 1983, después de haber desarrollado una irregular carrera como entrenador a caballo entre Italia y argentina. En su país nunca le perdonaron que se arrugara ante los orientales aquella tarde remota de 1930 en el estadio Centenario de Montevideo. Entre ser un héroe muerto o un futbolista vivo y rico, Monti eligió lo mismo que hubiesen elegido la inmensa mayoría de los que tanto lo criticaron luego.
Luis Monti, vencer o morir
Su caso es único en la historia de los Mundiales: solo él jugó dos finales consecutivas... con dos selecciones diferentes.
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