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Cuando tocar rehacer la vida

Juan Manuel Bermúdez | Educa educa@cop.es / 956 34 25 05

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  • Juan Manuel Bermúdez.
Cuando una persona enviudada o divorciada considera la posibilidad de un nuevo matrimonio, suele pensar mucho en el bienestar de sus hijos. 

Conozco casos en que han estado dispuesto a no casarse de nuevo si los hijos no estaban de acuerdo, siendo, desde mi punto de vista, totalmente injusto que éstos lleguen a creer que tienen la responsabilidad de la decisión.
El progenitor, especialmente el que tiene la custodia de los hijos, debe investigar a fondo el planteamiento de su futuro cónyuge sobre el tema de los niños, ya sea a través de sus palabras o de sus actos. Los problemas pueden aparecer aunque a éste le gusten mucho los pequeños. Los chicos pueden tener sentimientos contradictorios respecto a la nueva pareja de su padre o madre. Si el otro progenitor está aún vivo y no ha vuelto a casarse, los niños pueden esperar aún la reunificación de la familia. Si ha muerto, los niños pueden creer que el volverse a casar es una falta de lealtad. 

Los progenitores que han perdido a su cónyuge pueden hallar resistencia por parte de los hijos en lo que a nuevas relaciones se refiere. Tal vez la madre les pregunte por qué ni quieren que ella salga y se distraiga. En ocasiones los niños no saben razonar sus motivos, en especial los más pequeños. 

En cualquier caso la madre (normalmente es la que queda con la custodia), en caso del fallecimiento del otro progenitor, puede hacer ver a los hijos que sabe perfectamente que ellos encuentran mucho a faltar al padre, al igual que ella misma, y que también comprende que no les guste que ella salga con otras parejas. Podría añadir que el padre ha fallecido y no va a volver nunca (debemos tener en cuenta la edad de los niños) y que ella y los niños deben seguir su propia vida. Eso es lo que el padre hubiera deseado. Es importante hacerles ver que siempre los querrá mucho, pero que es importante encontrar a nuevas personas con las que compartir las experiencias de este viaje llamado vida. 

En el otro caso, el caso de un progenitor divorciado y con hijos que se oponen a su salida con otra pareja, se puede argumentar que papá y mamá ya no están casados y que no volverán a vivir juntos. Los niños pueden desear que la familia se reagrupe de nuevo, pero hay que dejarles claro que esto no sucederá, nunca darle falsas esperanzas. Se les hará saber claramente a los hijos que sus sentimientos son comprendidos, pero que cada progenitor tiene todo el derecho a hacer lo que estime oportuno en materia de vida social. 

Si una relación se desarrolla hasta un punto de pensar en compartir hogar, el progenitor no debe pedir permiso a los hijos. Evidentemente a la hora de decidir es imprescindible tener en cuenta su bienestar, pero la responsabilidad debe ser enteramente del padre o de la madre. Si la madre cree haber encontrado a alguien a quien quiere, y que en principio será amable y correcto con sus hijos, se limitará a comunicar su decisión a éstos. Puede decir que cree haber encontrado a alguien que será una buena pareja para ella y un buen compañero para ellos. 

En el caso de que los niños muestren alguna objeción, se les escuchará con el debido respeto e intentando comprender y empalizar con sus sentimientos, pero la decisión debe ser siempre del progenitor.
En todas las facetas de esta vida, incluso las más peliagudas, hay adultos que delegan la potestad para tomar decisiones a los hijos. Debemos saber que en determinados momentos, y por muy duras que sean estas decisiones, es potestad absoluta del adulto tomar la determinación. Esto no significa que no escuchemos al menor, ni mucho menos, pero sí que no le hagamos partícipe de decisiones de adultos.

educa@cop.es

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