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Cartas a Nacho

Creencias

Se avecina un nuevo capítulo. Uno nuevo en una novela que vendrá a sumarse a los muchos ya vividos y que supone nuestro particular viaje a lo más íntimo...

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Se avecina un nuevo capítulo. Uno nuevo en una novela que vendrá a sumarse a los muchos ya vividos y que supone nuestro particular viaje a lo más íntimo. Una aventura que comienza con una tarde llena de globos. Con sones alegres de cornetas y tambores.  Abuelas acompañando a nietos.

Con la mano cogida a un tío, a un abuelo, a un padre. Que terminará en una madrugada viendo cómo se aleja un manto de tisú verde que recoge a los fieles en el cruce de Resolana con la calle Feria.

En la tarde, en medio de la muchedumbre que provoca la salida de una cofradía. En la soledad que engendra el destierro de tus creencias. En la nada que supone ser una isla en medio de tanta devoción. De pronto surge la cruz de guía de las sombras que crees frescas en medio de una plaza rendida al calor. De repente, surge el barrio.

Oraciones hermosas. “¡Hijo, qué guapo estás! Estos “malajes” no me dejan, que si no te perfumaba con colonia”, le decía una camarera a su Cristo cuando lo preparaba para el culto.

En los días próximos podrás ver a tu tío enseñarte cómo los rosarios tintinean en un paso de palio y descubrir cómo la sonrisa cómplice de esa Virgen es la misma de tu madre. Cómo los colores crema y negro son tuyos. Huele a barrio viejo.

Vuelven las antiguas vecinas a desfilar por delante de ti. Mujeres que nunca conociste. Ellas, sin embargo, lo saben todo. Aseguran haberte acunado cuando eras pequeño y haber tapado, ante tu madre, alguna travesura que cometiste.

Una vez más en la calle estará tu crucificado. Pequeño. Sin creer en Él hay algo de Él que te desmorona. Pueden ser las oraciones que los costaleros le rezan. La caoba. La sencillez. Más bien es el abrazo que te da desde los siglos que le han visto pasar. Es el tuyo. No el de la familia, tampoco el de los amigos. Es el que tú escogiste. Y sin embargo mantiene tus diferencias con Él.

En estos días vuelves a enamorarte. Durante todo el año te distrae cómo viste. Cómo ríe. Cómo habla. En ese día, sin embargo, sólo verás sus ojos. Y allí está todo. No te hace falta más. Recuerdas que eso fue lo que hizo perderte y abandonarte. Morado y negro.

La Semana Santa es única. Por más gentes que te rodeen, únicamente tú le encuentras sentido a ese momento. Por eso lo buscas. A veces, hasta uno solo es una multitud. En ocasiones te gustaría dividirte. Sabes que a esa hora y a unos metros de distancia, se repite lo ya vivido otro año anterior. Lo que te emocionó. Desmontó.

¿Cómo explica la Semana Santa de Sevilla un laico? ¿La puede entender? 

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