¿Quién mató a Aqbal Masih?
Si quieren un héroe yo se lo doy. Se llamaba Aqbal Masih (1982-1995). Era un niño paquistaní, esclavo en una fábrica de alfombras en Punjab...
Si quieren un héroe yo se lo doy. Se llamaba Aqbal Masih (1982-1995). Era un niño paquistaní, esclavo en una fábrica de alfombras en Punjab. Se convirtió en un símbolo contra la lucha de la explotación y vasallaje infantil cuando un hijo de la gran puta le quitó la vida, pero mientras duró su esclavitud, que comenzó a los cuatro años de edad, nadie, ningún país del mundo, se acordó de él. Ni siquiera le conocíamos. Sabíamos –y sabemos–, por el contrario, que como Aqbal existían y existen millones de niños en nuestro planeta, pero de él, de Aqbal, no sabíamos nada hasta el día en que murió. Aunque a decir verdad, el primero en acabar con aquella jovencísima existencia fue su propio padre al cederlo a un fabricante de alfombras a cambio de las 600 rupias como préstamo (unos 12 dólares de la época) que necesitaba para la boda de su otro hijo, el mayor, Islam se llamaba el prenda. Y se seguirá llamando, probablemente.
Iqbal, mientras su padre cobraba la cantidad de dinero, trabajaba en jornadas de más de doce horas diarias. Lloró lágrimas de sangre este pequeño. Pero no le quedaba otra. Nadie le defendía. Nadie gritaba que se estaba cometiendo una injusticia tanto con él como con otros niños del mundo. Al igual que otros chiquillos, Iqbal fue encadenado para hacer el trabajo y en ocasiones fue apaleado. Cada día, al acabar la durísima e inhumana jornada que debían de hacer los adultos atados por los huevos, llegaba a su casa con el cuerpo hecho trizas. Pero su padre, jefe de la ralea y cabrón mayor de la república islámica de Pakistán –curiosamente Pakistán significa tierra de los sagrados o puros– cobraba la cantidad acordada pudiendo contraer así el matrimonio su hijo mayor –en vez de la horca–. Y mientras se preparaba para el festín nupcial el tandoori chiken con curri y el masala, el pequeño Iqbal se dejaba la piel a tiras entre telares que, como sogas asesinas, le iba poco a poco cortando la sangre de las venas y la vida. Según un documento de Amnistía Internacional, el pequeño Iqbal, a la edad de doce años, tenía la estatura de un niño de seis debido al durísimo esfuerzo que realizaba cada día y a la falta de una buena alimentación. De hecho, se vio esclavizado durante años porque las deudas y los intereses que su padre había contraído con el fabricante no le permitieron poder abandonar la elaboración de alfombras. A los 10 años de edad el pequeño Aqbal se escapa de la fábrica y denuncia, a través del sindicato de ladrillos, su situación y la de otros niños, y así, dándose a conocer por su incansable lucha, un 16 de abril de 1995, mientras disfrutaba de su bicicleta con otros chicos en una aldea de campesinos próxima a Lahore, Pakistán, fue asesinado. Y ahora, habiendo hecho un repaso histórico al asunto y dedicado algunas líneas a esta injusticia, le voy a proporcionar a usted unos datos y averiguaremos quién o quiénes apretaron el gatillo. Yo, personalmente, pienso que fuimos todos. Todos los que con nuestro miserable dinero adquirimos artículos fabricados en países pobres y con mano de obra esclava y barata.
Veamos. En Haití, al menos 250.000 niños trabajan en el servicio doméstico, de los que el 10% tiene menos de 10 años. En Guatemala son 40.000 los niños de entre 5 y 17 años que trabajan en el ámbito doméstico, de los cuáles un 90% son niñas. En Paraguay, Perú, Brasil y Colombia la Organización Internacional del Trabajo (OIT) reveló que el 83,5% de los niños empleados domésticos eran niñas. En Filipinas se calcula que hay más 230.000 niños esclavos. En Bangladesh se acepta que las niñas y adolescentes del país sólo tienen tres salidas, todas vinculadas con la ropa: trabajar en las fábricas de ropa, lavar la ropa como criadas o quitarse la ropa para prostituirse. Otros millones de críos en el mundo se encuentran en esta situación: trata infantil, explotación sexual, trabajo infantil forzoso por endeudamiento, niños soldados, matrimonio infantil forzoso, esclavitud doméstica. Si los de este otro lado del mundo permitimos que esto ocurra, creo que todos metimos en el tambor de la pistola la bala que le quitó la vida a Aqbal.
Iqbal, mientras su padre cobraba la cantidad de dinero, trabajaba en jornadas de más de doce horas diarias. Lloró lágrimas de sangre este pequeño. Pero no le quedaba otra. Nadie le defendía. Nadie gritaba que se estaba cometiendo una injusticia tanto con él como con otros niños del mundo. Al igual que otros chiquillos, Iqbal fue encadenado para hacer el trabajo y en ocasiones fue apaleado. Cada día, al acabar la durísima e inhumana jornada que debían de hacer los adultos atados por los huevos, llegaba a su casa con el cuerpo hecho trizas. Pero su padre, jefe de la ralea y cabrón mayor de la república islámica de Pakistán –curiosamente Pakistán significa tierra de los sagrados o puros– cobraba la cantidad acordada pudiendo contraer así el matrimonio su hijo mayor –en vez de la horca–. Y mientras se preparaba para el festín nupcial el tandoori chiken con curri y el masala, el pequeño Iqbal se dejaba la piel a tiras entre telares que, como sogas asesinas, le iba poco a poco cortando la sangre de las venas y la vida. Según un documento de Amnistía Internacional, el pequeño Iqbal, a la edad de doce años, tenía la estatura de un niño de seis debido al durísimo esfuerzo que realizaba cada día y a la falta de una buena alimentación. De hecho, se vio esclavizado durante años porque las deudas y los intereses que su padre había contraído con el fabricante no le permitieron poder abandonar la elaboración de alfombras. A los 10 años de edad el pequeño Aqbal se escapa de la fábrica y denuncia, a través del sindicato de ladrillos, su situación y la de otros niños, y así, dándose a conocer por su incansable lucha, un 16 de abril de 1995, mientras disfrutaba de su bicicleta con otros chicos en una aldea de campesinos próxima a Lahore, Pakistán, fue asesinado. Y ahora, habiendo hecho un repaso histórico al asunto y dedicado algunas líneas a esta injusticia, le voy a proporcionar a usted unos datos y averiguaremos quién o quiénes apretaron el gatillo. Yo, personalmente, pienso que fuimos todos. Todos los que con nuestro miserable dinero adquirimos artículos fabricados en países pobres y con mano de obra esclava y barata.
Veamos. En Haití, al menos 250.000 niños trabajan en el servicio doméstico, de los que el 10% tiene menos de 10 años. En Guatemala son 40.000 los niños de entre 5 y 17 años que trabajan en el ámbito doméstico, de los cuáles un 90% son niñas. En Paraguay, Perú, Brasil y Colombia la Organización Internacional del Trabajo (OIT) reveló que el 83,5% de los niños empleados domésticos eran niñas. En Filipinas se calcula que hay más 230.000 niños esclavos. En Bangladesh se acepta que las niñas y adolescentes del país sólo tienen tres salidas, todas vinculadas con la ropa: trabajar en las fábricas de ropa, lavar la ropa como criadas o quitarse la ropa para prostituirse. Otros millones de críos en el mundo se encuentran en esta situación: trata infantil, explotación sexual, trabajo infantil forzoso por endeudamiento, niños soldados, matrimonio infantil forzoso, esclavitud doméstica. Si los de este otro lado del mundo permitimos que esto ocurra, creo que todos metimos en el tambor de la pistola la bala que le quitó la vida a Aqbal.
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