Nos enfrentamos un año más al Día de la Mujer, esa efemérides internacional cargada de tan buenas intenciones, como, a la vista de cómo seguimos, escasos resultados. Porque, año tras año, hay que seguir hablando de lucha por la igualdad (que es un patrimonio de todos, hombres y mujeres, que sin embargo le negamos a ellas), con el telón de fondo de las víctimas mortales de la violencia machista, así como las que están muertas en vida, al no poder salir del maltrato al que son sometidas; con la brecha salarial como una cicatriz sangrante que saca los colores al empresariado y a las administraciones, pero también, extiende su culpabilidad a una sociedad que permite este estado de cosas; con educación segregada por sexos en colegios que reciben fondos públicos; y con una alarmante sensación de que las generaciones jóvenes, si atendemos a las cifras de maltrato hacia la mujer en edades adolescentes y juveniles, no van mejor encaminadas. Aún así, hay que hacer piña e intentar poner en valor un mensaje positivo, que por un lado, ponga el dedo en la llaga de las lacras no resueltas, pero que por otro, ponga en valor el trabajo de los colectivos y des las administraciones en materia de igualdad, y sobre todo, cotice al alza en la educación y en la concienciación de que así no podemos seguir, y de que el trabajo es inmenso, pero no por ello menos obligatorio. Y sobre todo, vivir una jornada que sirva una vez más para reivindicar que frene el recorte y la supresión del dinero que se destina a la lucha contra la violencia de género.
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