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La escritura perpetua

Buero

El teatro de Antonio Buero Vallejo sigue resultando impresionante. Es un teatro que viene del pasado, de los clásicos, de lecturas, de una experiencia herida

Publicado: 27/03/2018 ·
20:01
· Actualizado: 27/03/2018 · 20:01
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Autor

Luis Eduardo Siles

Luis Eduardo Siles es periodista y escritor. Exdirector de informativos de Cadena Ser en Huelva y Odiel Información. Autor de 4 libros.

La escritura perpetua

Es un homenaje a la pasión por escribir. A través de temas culturales, cada artículo trata de formular una lectura de la vida y la política

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El teatro de Antonio Buero Vallejo sigue resultando impresionante. Es un teatro que viene del pasado, de los clásicos, de lecturas, de una experiencia personal herida: del talento. La obra de Buero Vallejo vive en el silencio, porque la sociedad actual está llena de gritos. Porque esta sociedad se ha ubicado en el vacío, en el ruido. Pero el Centro Dramático Nacional, que dirige Ernesto Caballero, ha recuperado ‘El concierto de San Ovidio’,  una de las obras emblemáticas de Buero, de mayor contenido social, de más simbolismo. Mario Gas ha dirigido la obra desde un evidente respeto al texto y, al mismo tiempo, desde la audacia. Pero es a Buero al que en todo momento el espectador tiene delante. La colosal carpintería teatral de sus obras -que en ‘El concierto de San Ovidio’ llega a lo sublime-, los diálogos llenos de fuerza dramática, y la destreza con la que conducía la obra hasta la tragedia. La noche en la que asistimos a ‘El concierto de San Ovidio’, en el María Guerrero de Madrid, ocurrió un hecho absolutamente inusual en el teatro: cuando el ciego David se rebela contra la tiranía de Valindin hasta matarlo a bastonazos en la oscuridad, hubo algún espectador que gritó desde la platea: “Muy bien, pégale”. Y otro: “Dale, dale”.

El teatro de Buero Vallejo, decíamos, está completamente vivo. Es un teatro de ideas, de recreación en los símbolos, de auténtico convencimiento en el poder de la palabra. ‘El concierto de San Ovidio’ se estrenó en 1962, pero su vigencia, decíamos, continúa intacta. La acción se desarrolla en Francia en 1771 -Buero tenía que sortear como podía a la censura-. Valindin, un tipo sin escrúpulos, experto en el engaño y el soborno, acude al hospital de los Quince Veinte para contratar a un grupo de ciegos con la excusa de que formen una orquesta e interpreten música delante del público.  Pero la idea era otra. Se trataba de llevar a los ciegos de feria en feria haciendo el ridículo. Pero David es un ciego con un enorme talento para la música y se revuelve contra el tirano. Porque en el subsuelo de esta obra conmovedora, deslumbrante y llena de ideas, está la lucha de clases.

     La interpretación de Alberto Iglesias en el papel de David es sencillamente estratosférica. Y José Luis Alcobendas, dentro del nivel altísimo de todos los actores, está sensacional. Pero queda, sobre todo, la voz de Buero Vallejo, dramaturgo impresionante, cuya obra habita junto a la de Calderón y Lope. Colosal Buero.

 

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