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La escritura perpetua

Aquellas cómicas

'Las Teodoras’ es un emotivo monólogo que homenajea a las actrices del siglo XX, a las grandes y a las que desarrollaron su carrera casi en el anonimato

Publicado: 29/10/2018 ·
13:46
· Actualizado: 29/10/2018 · 13:46
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Autor

Luis Eduardo Siles

Luis Eduardo Siles es periodista y escritor. Exdirector de informativos de Cadena Ser en Huelva y Odiel Información. Autor de 4 libros.

La escritura perpetua

Es un homenaje a la pasión por escribir. A través de temas culturales, cada artículo trata de formular una lectura de la vida y la política

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'Las Teodoras’ es un emotivo monólogo que homenajea a las actrices del siglo XX, a las grandes y, sobre todo, a las que desarrollaron su carrera casi en el anonimato, entre largas giras llenas de frío y soledad. “Sevilla tiene la Giralda, pero Cuenca tiene lo suyo. Cuenca es la Siberia de los cómicos, el lobo feroz de los inviernos, el destierro de la esperanza”, se dice en la obra. Y la protagonista también afirma: “A la noche, pensión sin nombre; llamémoslo mejor fonda de mala muerte”. Y recuerda que en aquella pensión, muerta de frío, incluso dudaba en apagar la luz “por si la bombilla daba algo de calor”.

El autor, Hugo Pérez de la Chica, ha extraído las peripecias y anécdotas que se cuentan en este monólogo de las interminables conversaciones que mantuvo durante años con Criste Miñana, actriz de mediados del siglo XX. Y el monólogo lo interpreta, en la sala Tribueñe de Madrid, una actriz veterana, Chelo Vivares, y lo hace de corazón, con una entrega absoluta, a veces conmovedora, porque la obra está construida desde los recuerdos de su madre, pero también contiene algunos fragmentos y perfiles de su propia vida. Como en ese pasaje del monólogo en el que una actriz sufre un momento de asfixia dentro de un muñeco al que ella da vida por televisión. Porque Chelo Vivares fue Espinete a mediados de los 80, “aquel muñeco extraño y mágico”, de color rosa, que habitaba feliz en Barrio Sésamo. Y en ese momento de la función aparece fugaz la voz de Espinete, porque Chelo Vivares siempre se ha negado a reproducir la voz de aquel muñeco si no llevaba puesto el disfraz.

Pero hay algo tremendo en esta función: escuchar la voz poderosa de Chelo Vivares. Una voz que zigzaguea cuando ella quiere, que va de un personaje a otro, llena de matices, llena de tonalidades. La obra tiene momentos de dolor, sobre todo cuando aparece el recuerdo de los que se han ido, las ausencias, los vacíos, en definitiva esas heridas incurables que deja poco a poco la vida. Chelo Vivares lo expresa con la voz, ya está dicho, pero también con unos grandes ojos dramáticos en sí mismos. “Tenía que huir, pero como todas las cómicas tuve la suerte de huir para dentro”, dice. En esta función no hay nostalgia, hay desgarro; no hay melancolía, hay dolor. Aunque también tiene momentos de humor y de ironía. Y todo pasa por los ojos y por la voz de Chelo Vivares. Cuéntame cómo pasó.

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