Ha contado alguna vez la periodista Pilar Eyre que cuando Carmen, la hija ya fallecida de Franco, conoció por televisión que Rodríguez Zapatero hacía coincidir unas elecciones generales con el aniversario de la muerte de su padre, ésta exclamó: “Están obsesionados con papá”. La obsesión persiste todavía, e incluso conozco a más de uno/a que sueña con que la figura del dictador le persigue como una mala sombra, una manía persecutoria que debería analizar -si estuviera vivo- el insigne psiquiatra cordobés Castilla del Pino.
Tan lejos en el tiempo y tan cerca en la memoria queda aquel 20 de noviembre de 1975 cuando el entonces presidente del Gobierno, Arias Navarro, anunció por televisión con carita compungida: “Españoles, Franco ha muerto". El otrora Generalísimo fallecía los 83 años en la Ciudad Sanitaria de La Paz (Madrid) debido a una parada cardiaca irreversible. Terminaba la dictadura, cuatro décadas de faena -con sus noches y sus días- que hicieron a Franco dueño de España, una etapa que no debemos olvidar para que no se repita la historia, pero, ojo, que tampoco deben utilizar los advenedizos que ni siquiera habían nacido durante al contienda.
Fue el expresidente del Gobierno Rodríguez Zapatero el que impulsó en 2007 la Ley de Memoria Histórica. Un traje -con sus luces y sus sombras- hecho a la medida de su camaleónico autor, ‘El Maquiavelo de León’, título de un libro del periodista Pepe García Abad que traza el mejor perfil biográfico y profesional del expresidente de los ojillos de cine y la sonrisa bobalicona.
El peor presidente que ha parido madre, nunca nos previno de la crisis económica, no creía de verdad en el feminismo e impulsó una normativa de memoria histórica con maldad y revanchismo. Mucho ha llovido desde entonces y el hombre del tiempo anuncia tormentas en los próximos días a cuenta de unos maltrechos huecesillos que reposan casi olvidados bajo una pesada losa de 150 kilos.
“Están obsesionados con papá”. El Gobierno -con el visto bueno del Tribunal Supremo- puede sentirse satisfecho con el traslado de los restos del dictador desde el Valle de los Caídos hasta el cementerio de El Pardo. La historieta aventura nuevos capítulos cuando escribo este comentario. Terminada la performance, este humilde servidor cree que los socialistas deberían cumplir ese lema electoral -“Ahora,España”- que tanto pregonan por las ferias de pueblos y ciudades, ahora tocaría hablar, en serio, de los problemas que afectan a nuestro país con la misma urgencia que Umbral reclamaba el protagonismo de su libro en un programa de televisión de Mercedes Milá.
Cuentan que a principio del siglo XX, Rafael Gómez ‘El Gallo’ viajaba con su cuadrilla desde Sevilla a Madrid en un tren medio destartalado. Cuando atravesaban Despeñaperros, la máquina lanzaba un ruido casi imperceptible debido a la carga que soportaba. Una vez llegado a Atocha (Madrid), el tren comenzó a rugir con mucha fuerza, con un ruido intenso. Con la ironía que le caracterizaba, ‘El Gallo’ le dio una palmadita a uno de los vagones, reprochándole: “Sí, sí, !esos cojones en Despeñaperros!” Lo mismo le diría uno a Pedro Sánchez y a sus ministros/as, esos palmeros/as que le ríen la gracia de fingido estadista: “Sí, sí, ¡esos cojones cuando el dictador estaba vivo!”