El confinamiento fue hasta no hace mucho tiempo una pena contenida en el Código Penal, por la que se condenaba al delincuente a vivir en determinado territorio aún disponiendo de libertad de movimientos. Quiere ello decir que esta situación a que se nos conmina supone un estado aún más gravoso que la sanción al autor de un delito. Salvo inevitables excepciones, la ciudadanía ha dado un ejemplo de comprensión y acatamiento, tan lejos de la ineptitud e irresponsabilidad con que nuestros dirigentes pretenden torpemente minorar los efectos del desastre. Resulta discutible que esa situación del Estado de Alerta declarado pueda amparar la anulación casi total de la libertad deambulatoria y otros derechos del individuo constitucionalmente protegidos, que sí tendrían cabida en el Estado de Excepción.
Es claro que este terrible escenario está derivando consecuencias inimaginables para el presente y el futuro de los españoles, difícilmente superables para gran número de familias y empresas. Basta considerar el Real Decreto ley 9/2020, por el que se prohíbe el despido en la relación laboral o el acordado a continuación, que ordena un permiso retribuido recuperable para los trabajadores de empresas no esenciales, medidas que no parecen muy eficaces para preservar las relaciones laborales y el futuro de trabajadores y empresarios. Y así tantas otras que hábilmente se van desgranando por entre las páginas del BOE, de un calado extraordinario y que aparentemente pasan desapercibidas por la ciudadanía.
Para los sevillanos, uno de los daños más sensibles ha sido, sin duda, la pérdida de la celebración de los desfiles procesionales. Hemos vivido nuestra Semana Mayor, en que se conmemora la muerte y resurrección de Jesucristo de una manera triste. Hace poco se cumplieron 200 años de la prohibición por parte de Riego del uso del antifaz, lo que provocó que no hubiera Semana Santa en cinco años. En 1932 solo salió la Estrella (de ahí el piropo de Estrella Valiente) y en 1933 ninguna. 87 años después, Sevilla tampoco ha tenido procesiones en la calle. Curiosamente, La Estrella salió desde la iglesia de San Jacinto, el mismo templo que éste de 2020 la iba a acoger en su puesta en la calle.
Esta introspección a que nos condenan la vivimos íntimamente cada día, haciendo que el recuerdo sustituya la nostalgia y reviviendo los momentos que, individual y familiarmente, resultan más íntimos y vivificantes. Toda celebración se ha limitado a las reproducciones televisivas. Las túnicas quedaron en una inútil y triste espera y los sentimientos tradicionalmente vividos en familia se abolieron como si nos hubieran robado un año de nuestras vidas.
Cada uno se refugió como pudo en sus recuerdos, en sus momentos más íntimos y emotivos. Yo viví sumergido el Lunes en el recuerdo desesperadamente silencioso de los versos que dediqué a mi Virgen de las Aguas en el pregón: “Y casi al alba / cuando Tú llegabas, / ensoñación de tul en las estrellas./ y en tu carita leve de azucena / las luces que anunciaban la alborada./ En tu palio, luminosa luminaria,/acaricio tu manto de azul cielo, / queriendo convertir tus dulces lágrimas / en guardabrisas para mi consuelo./ Aguas de la luz y la ambrosía./ Aguas de ternura inmarcesible,/ que llenas de tu llanto incontenible/ la noche de Sevilla, Virgen mía”. En fin, un año más, un año menos.
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