El estilo tabernario - las tabernas eran lugares sagrados antes de la pandemia y seguro que lo serán tras las vacunas- va ganando enteros en la vida política y, aunque el diccionario dice que lo tabernario es bajo, grosero y vulgar, importa más su estilo retador y pendenciero. Se parece al tono de los espacios televisivos de algunas tertulias de chismes o de barrabasadas políticas, que ha llegado a los parlamentos y parece que para quedarse.
No importa tanto lo que se dice como la frase gruesa que queda en la retentiva del periodista o del espectador. Los independentistas y la presidenta de Madrid han sido los maestros en esto. Hoy la gente lo ha visto en Madrid. Madrid, precisamente Madrid, la ciudad capital de España y la comunidad que lo es porque no podía dejarse un vacío en el centro de España, sin incorporase a las Castillas, se ha convertido en la punta de lanza de todos los desencuentros contra el gobierno. No hay materia en la que no busque la confrontación. Ahora Ayuso se ha sacado de la manga un palabro, la madrileñofobia, y ha roto con Ciudadanos, convocado elecciones y provocado un terremoto de mociones de censura alternativas. Todo pasa por convertir las diputaciones provinciales en comunidad uniprovincial -Madrid y Murcia, entre otras-.
Se evidenció la chulería con Rufián que, tras conocer que el grupo socialista había votado en el Parlamento Europeo a favor de levantar el aforamiento de Puigdemont, advirtió a los socialistas que “Si siguen así lo acabaran celebrando en sus casas, y no en Moncloa”. No sabía lo de la moción de Murcia, que los hace menos necesarios, ni cayó en la cuenta de que se dicen de izquierdas pero anteponen el independentismo a la izquierda. Los anticapitalistas de la CUP actúan igual. Todo el programa revolucionario de acabar con el capitalismo se alcanza con su alianza con los exconvergentes de la burguesía -ahora independentista- de Cataluña. Las revoluciones son o permanentes o pendientes y ambas van para muy largo. La quema de contenedores y el saqueo de establecimientos es el camino de hacerlas más pendientes aún porque sirven para dar votos a la extrema derecha. No lo saben ni ellos ni Echenique. Son los que en campaña electoral clamaban contra los aforamientos y se agarran a ellos como lapas en el Parlamento Europeo.