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Saboreando mostos caseros por la Cuesta de la Rosa

Porque el vino es cultura, los vecinos de la Cuesta de la Rosa han decidido organizar las Primeras Jornadas de Degustación de Mosto, una iniciativa con la que persiguen fomentar la producción propia y, de paso, la convivencia vecinal

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  • Francisco Muñoz (izq.) y José María Pérez Cañas (dcha.) son dos de los productores de mosto para el consumo propio en la Cuesta de la Rosa. -
Arcos ha sido tradicionalmente una zona de buenos mostos, singulares y diferentes a los que se producen en la campiña o la sierra, pero con solera. Sin embargo, cada vez es más difícil encontrar a productores artesanales de este zumo de uva. En la Cuesta de la Rosa existe un reducto, vecinos que miman las viñas durante todo el año para obtener como recompensa este regalo que brinda la madre naturaleza.
Para dar a conocer estos caldos y fomentar la producción tradicional de vinos mostos en la zona, la nueva junta directiva de la comunidad de propietarios decidió organizar las primeras Jornadas de Degustación de Mosto de Creación Propia, una oportunidad ideal al mismo tiempo para disfrutar en convivencia con los vecinos y amigos, pues no hay nada mejor para acompañar el mosto que la buena compañía.
Así lo hacían nuestros antepasados, que se reunían en las tabernas tras una dura jornada de trabajo en torno a un buen vaso de mosto. Uno de los productores de la Cuesta de la Rosa, José María Pérez Cañas, recuerda la antigüedad que tienen estos caldos en Arcos, donde existían bodegas para surtir a todos los bares, antes de que los burros dieran paso a los vehículos motorizados que lo traían desde Jerez.
Sus vivencias con el vino empiezan desde niño con su padre, que a su vez aprendió de sus abuelos, pues todos tenían viñas y bodegas, por lo que pronto descubrió todos los entresijos del cuidado de la uva y su recolección hasta que llega a la mesa en forma de jugo. Ellos tenían la viña en la Loma de Alcalá, pasando la Vicaría, donde Pepe recuerda las horas de trabajo que le dedicó. Cuando decidieron venderla se compró un terreno en la Cuesta de la Rosa, pero era tal su afición, que no pudo resistirse a plantar una pequeña viña, comenzando así la tradición en esta vecindad hace ahora cinco años.
Este es el tercero que obtiene vino tinto y algo de blanco casero, pues su producción se limita al consumo particular. Como en toda la zona, la primera semana de septiembre es la fecha elegida para pisar la uva, cuando tiene la cantidad de azúcar suficiente para que fermente. Después, Pepe cría sus caldos en botas de roble americano. Como reliquia, tiene una máquina de pisar la uva de mediados del siglo pasado, la primera que llegó a Arcos, pues hasta entonces la habían aplastado con los pies.
Destaca cómo en esta zona antiguamente no se producían tintos, sólo blanco y Pedro Ximénez, hasta que poco a poco se fue introduciendo, apareciendo las primeras bodegas que embotellan y distribuyen sus caldos. También hay gran afición en la zona del Charcón, con algunos lagares donde se vende buen vino o mosto, y otros que lo hacen a pequeña escala, para el consumo propio.
Es el caso también de Francisco Muñoz en la Cuesta de la Rosa, aunque su experiencia es totalmente opuesta a la de Pepe. Heredó las tierras de su padre y éste de su abuelo, y aunque en sus orígenes hubo viñas, después se cultivaron almendros, olivos y remolacha, hasta que al llegar a él decidió retomar la tradición y embarcarse en esta aventura desconocida. Aprendió desde cero, desde labrar la tierra y comprar los primeros patrones hace más de diez años, para después injertarlas, podarlas y seguir todo el proceso. Compró una prensa pequeña y unas cuantas botas también de roble, para criar unos caldos de uva palomino y tinta.
Sin embargo, Francisco reconoce que la técnica sigue estando en la tradición popular, pues “es más fácil encontrar en internet cómo se hace el champán que la elaboración del mosto”.
Según Pepe, esta zona reúne muy buenas condiciones para el vino, porque ni está cerca del mar ni en plena sierra, las tierras son alberizas, frescas en verano; “nada que envidiar a otros que tiene más fama”, asegura.
Ambos reconocen que la viña tiene mucho trabajo, pero a la vez les sirve para distraerse y relajarse, y sobre todo para sentirse orgullosos y satisfechos una vez que el mosto está en la mesa. “La semana que se pisa estás fastidiado, pero a cambio sale un vino que se puede disfrutar muchos más días”, explica Pepe. Además, de nada sirve la técnica si a la vid no se le da el cariño que ellos le ponen pues, “el vino nace en la viña, en el campo, en la cepa”.

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