Cinco colores crean el Miércoles Santo gaditano. Carmín en la Dolorosa de Miguel Laínez que sigue a su Hijo de la Sentencia por la plaza de las Canastas. Cristo del horror, de los ojos tristísimos y la boca semi- abierta en una congoja, no por sabida desde su nacimiento, menos lacerante; lo acaba de oír de labios del lector de Pilatos: morirá en la cruz.
Violeta en la anatomía poderosa del Señor de las Aguas, obra cumbre (dicen los que saben) de Francisco Buiza, ese artista sevillano con alma gaditana que nos gubió imágenes de las que perduran en los libros del arte imaginero andaluz. Violeta más claro y nacarino en el rostro de su madre la Virgen de la Luz y verde júbilo en los niños del paso del San Juan. Dorado de Santo Domingo Cigarrero. Ese Cristo antiquísimo que es sometido a una burla infame en el patio de la fortaleza Antonia de Jerusalén, la coronación de espinas, los improperios: “si eres rey… necesitarás una corona”…y carcajadas de mercenarios y sayones. Detrás de ese horror sádico va su madre Esperanza de ojos Atlánticos, como bañando todo en una dulzura tan gaditana que su palio se diría de salitre, no de terciopelo.
Y negro. Negro de los penitentes de una Piedad, un Caminito de devoción y atardecer marino. Cielo rosa, gris aluminio, la línea del mar tras el balcón de la Alameda, una brisa de yodo única en Andalucía que envuelve, como un estuche, la salida de ese paso, de esa Madre con su Hijo muerto en el regazo de madera estofada con oro fino y pintura al temple granate (escuela de Roldán).
Cinco colores en la paleta que al mezclarlos, producen todos los matices de la ciudad. Concluye así el cuadro del Miércoles Santo gaditano.
