Vivir las consecuencias de un atentado terrorista y perder a un ser querido siempre resulta traumático, pero ¿qué ocurre cuando, además, hay un niño que tiene que crecer sin un referente paterno? ¿Cómo se debe actuar? ¿Es necesaria la ayuda profesional? Y lo más importante, ¿se puede salir adelante?
“Sí”, es la respuesta que los profesionales de la psiquiatría dan a esta última pregunta, pero no son los únicos: también las personas que, como Marisol, han pasado por una experiencia así durante su infancia piensan lo mismo.
Esta víctima, a la que no le gusta que la etiqueten como tal, perdió a su padre cuando tenía 15 años. Varios miembros de los Grapo le dispararon en la nuca, pero cuando llamaron a su casa para informar a su madre de lo que había ocurrido nunca dijeron que se tratara de un atentado.
“Nos explicaron que había sufrido un accidente y que estaba en el hospital”, cuenta a la agencia Efe Marisol, que recuerda que se quedó en casa cuando su madre salió pensando que su marido “se habría caído” o “tendría algo roto”.
Después de saber la verdad, a Marisol la invadió el desconcierto y, con él, una pregunta que ha estado en la mente de la familia durante mucho tiempo: ¿Por qué?
“Él no era objetivo, se lo encontraron de uniforme y le dispararon”, explica antes de añadir resignada: “Después te das cuenta de que le tocó a él como le podía haber tocado a otro”.
Desde entonces, y hace ya casi veinte años, Marisol ha trabajado “con, por y para las víctimas”. Les presta ayuda profesional, aunque no es especialista, está al tanto de su evolución y les explica que, “aunque no es fácil, se puede salir adelante”.
Ni ella ni ningún otro miembro de su familia acudieron a un psicólogo cuando su padre fue asesinado: “Nos los tragamos y convivimos con ello”, aunque después de haber trabajado directamente con niños víctimas de los atentados del 11 de marzo de 2004 en Madrid reconoce que “no es positivo” obviar algo así.
La psiquiatra infantil del hospital Puerta de Hierro de Madrid Inmaculada Palanca, que también coordinó la asistencia a menores víctimas de los atentados del 11-M, está de acuerdo con Marisol y asegura en declaraciones a la agencia de noticias Efe que es “importantísimo” hablar con los niños porque “muchas veces lo que ellos se imaginan es mucho peor que la realidad”.
Ambas coinciden en destacar la importancia del diálogo entre padres e hijos, y el peligro de la sobreprotección. “Hay que hablarles y, sobre todo, escucharles” porque los niños no preguntan para “no hacer daño a mamá o a papá”, pero buscan explicaciones “muy perjudiciales” por otras vías.
Palanca asegura que, pese a lo que mucha gente cree, “los niños son mucho más vulnerables que los adultos”.
Por un lado, se ven afectados por el impacto y la pérdida del ser querido y, por otro, sufren de una “afectación indirecta” que surge cuando sus familiares también están dañados y “cambian el estilo de la crianza de sus hijos”.
“Al estar ellos mal, son menos sensibles a la hora de detectar las necesidades emocionales de los niños”, comenta Palanca, que también apunta que “si el niño ve triste a la madre o al padre, va a evitar mostrarle su propia tristeza para no preocuparle más”.
Por eso los síntomas que muestran los niños después de estos acontecimientos traumáticos “suelen pasar desapercibidos” y requieren la “sensibilidad” de los padres para “buscar ayuda por ellos”.
Los más habituales, según la psiquiatra infantil, están relacionados con la ansiedad o los comportamientos regresivos conductuales, por los que los niños adoptan conductas que ya se habían superado evolutivamente, como el querer dormir con los padres o hacerse pis en la cama.
Además “existe un gran temor a separarse de los padres”, algo que suele traducirse en miedos nocturnos y fobia a ir al colegio, y las somatizaciones, que implican la transformación de problemas psíquicos en dolores orgánicos y que ayudan a detectar los problemas de un niño que, aunque no se queja, se encuentra mal psíquicamente.
Pero no son los únicos síntomas a tener en cuenta. Tanto Palanca como Marisol hacen hincapié en que “cada persona es un mundo” y piden a los padres y a los profesionales que trabajan con niños que estén atentos porque, aunque tienen una “gran capacidad de superación, todavía no tienen su vida hecha y si no se les interviene a tiempo pueden verla hipotecada”.
La psiquiatra infantil considera que “los niños no deberían verse expuestos” a las imágenes de atentados que emiten los medios de comunicación y solicita a los padres que “controlen su consumo” y se sienten con ellos para explicarles lo que están viendo.
Esta verbalización es especialmente importante con los más pequeños porque “no saben distinguir entre la realidad y la ficción”, y la visualización de imágenes repetidas “les puede hacer pensar que todo está volviendo a ocurrir”.
El consumo de estas imágenes también supone un riesgo para menores ajenos al atentado terrorista porque, según explica Palanca, “pueden pensar que lo que ven en la televisión va a ocurrirles a ellos”. Incluso “pueden desarrollar un trastorno de estrés postraumático” y algunas fobias como las de subir a un avión o montar en un tren.
En este sentido, el psiquiatra y miembro del consejo asesor de la Fundación Instituto de Victimología (FIVE) Antonio Ceverino asegura en varios estudios que “los niños y adolescentes que fueron expuestos a imágenes televisadas del atentado de Oklahoma en 1995 sufrieron síntomas de estrés postraumático que persistieron durante dos años”, comentó.
Por estos factores de riesgo, Marisol hace una llamada de atención a los profesionales que trabajan con todos los niños afectados, desde los técnicos de emergencias hasta los policías y los profesores, y les recuerda que “no hay que ponerles plazo” para su recuperación.