Ahora toca con la plaza de Santa María, que digo, doña plaza de Santa María a partir de ahora. En un principio fue el dichoso color del granito, que parecía que era un poco oscuro y que no habría quien parara a las cinco de la tarde en verano. Que pensé yo, ¿quién hay a las cinco de la tarde en la plaza? Rebajado el tono del granito con más gritos en el cielo, llegó la polémica de los magnolios, naranjos y resto de vegetales que crecían al abrigo del la Catedral. Con el precedente del amoroso abrazo de Cristina Nestares al falso plátano de la plaza de las Batallas (perdón, Concordia), a cada magnolio le salieron cientos de novios dispuestos a declararle amor eterno, aunque finalmente quedó en una simple canita al aire.
Finalmente las palas han echo su trabajo y ¡oh, cielos!, menuda plaza tenían secuestrada los magnolios de las narices. Una señora plaza, doña plaza, excelentísima, ilustrísima y magnífica. La misma que previó un tal Andrés de Vandelvira y a la que que con el paso de los años fuimos poniendo chismes. LLegados a este punto, y con el entusiasmo que supongo que ya han percibido, pienso yo que, ya puestos, podíamos darle un bocado al Ayuntamiento, que como afectaría sólo a Intervención, Tesorería y Caja, que para que nos vamos a engañar, no tienen mucha actividad ultimamente (salvo las protestas e insultos), lo ganaríamos así para la plaza. Doña plaza de Santa María.