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Tardes en el Lagartijo

Los versos de Sabina

Ojalá el invierno fuera eterno para vivir en un lugar en el que no se demonizaran a algunos colectivos, pues en estos días se les atiende con cariño

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Llegó hace unas semanas la recolocación de las manecillas del reloj y, con ella, las lunas tempranas. A la media tarde, hasta el bullicio nota el adiós del sol hasta más ver mañana, y las horas punta, aunque lo sigan siendo, se muestran menos aceleradas.

El frío, a pesar de hacerlo todavía poco a poco, como si tuviera cierta vergüenza, comienza a hacer acto de presencia. Su tacto es diferente, siempre ha llamado a resguardarse. El contrapunto del verano, su llegada hace buscar refugio en lugar de incitar a recorrer las aceras y reunirse con la vecindad mientras se espera la brisa cuando el telón cubre el cielo.

El lado más humano de cada uno vuelve a estar a flor de piel, bien sea por la dureza de ver a aquellos que a la intemperie luchan contra la rápida bajada del mercurio en los termómetros o por observar de lejos a los que se ven obligados a vivir una Navidad muy distinta a la de la propaganda comercial, unos obligados a tratar con la dura soledad y otros teniendo pocos manjares que colocar en las mesas de jornadas festivas o escasas cajas que ubicar bajo el árbol.

Rara vez cuajan las nevadas al sur de España, salvo en marcos concretos. Sin embargo, parece que los copos que no se quedan por unos días en la calle, y que se convierten en agua al rozar los abrigos, logran enfriar una sangre convulsa e hirviendo que pide descanso tras un largo año.

Todo cambia, las calles brillan más pero el caminar es más lento. Es el capítulo en el que el protagonista de la novela toma asiento para revivir sus recuerdos y hacer un repaso del camino recorrido. A pesar de que el año le parece haber pasado rápido, en realidad, muchas jornadas se han hecho largas, más de las que quisiera.

Cambia la hora y la forma de ver no solo los días, sino también a los que nos rodean. Cualquier conversación encuentra otro proceder, más pausado y abierto a la escucha. Y, a veces, en algunas miradas parece desaparecer el odio para encontrar la aceptación.

Para avanzar, en ocasiones, es necesario detenerse, suelen decir. El invierno se torna acogedor para ello. Fechas en las que la sociedad otorga más calor humano. Son días en los que los discursos no vibran tanto y se observa una abstención para participar en la guerra política.

Por fortuna, llegan estos días. Jornadas en las que aparenta dejarse a un lado la ideología para mirar de otra manera a las personas. No todos soportan bien el frío, pero, en este sentido, ojalá el invierno fuera eterno para vivir en un lugar en el que no se demonizaran a algunos colectivos, pues en estos días se les atiende con cariño. También por ver cómo el combate de los colores políticos deja de ser el principal asunto y las manos se tienden para construir unidas, recuperando en la sociedad una armonía que permite volver a crecer.

Las horas en las que el Lorenzo está presente se vuelven preciadas en esta estación. Se disfrutan con tranquilidad, a la paz del asiento o del paseo, de la mano de la lectura o de melodías musicales que invitan a pensar y hacen surgir reflexiones como esta que llegó mientras sonaban las cartas al mundo que son los versos de Sabina.

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