Chaminda, Habib, Saman, Casilda y Mahdi no son familia ni hablan el mismo idioma, pero les une el vínculo emocional de haber atravesado miles de kilómetros huyendo de la violencia, y por eso esta Nochebuena cenarán juntos en la ocupada Casa de Cádiz, una suerte de trampolín solidario para refugiados y sin techo junto a la Sagrada Familia.
Los cinco llegaron hace semanas a Barcelona, en algunos casos tras cruzar varios países durante meses, en los que fueron encarcelados, esclavizados o coaccionados por las mafias que operan en países como Turquía o Irán.
Como en un cuento de Navidad, encontraron un techo en una casa ocupada a escasos metros de la fachada del Nacimiento del icónico templo de Gaudí que les permitió dejar la calle, la realidad que espera a cientos de solicitantes de asilo en los alrededor de ocho meses de media que tardan en conseguir canalizar sus demandas de protección internacional en España.
Procedentes de Irán, Afganistán, Sri Lanka y Colombia, conviven con otros refugiados y personas sin hogar justo al lado de la Sagrada Familia, cruzándose a diario con turistas de todo el mundo que viajan a Barcelona y se alojan en ella con medios mucho mas confortables.
El local, la antigua casa regional de Cádiz, todavía propiedad del ayuntamiento de la ciudad andaluza, funciona como "casa okupa autogestionada" y vive de la solidaridad de los vecinos y de donaciones de comercios cercanos y de mercabarna, cuenta el activista sin techo Lagarder Danciu, que ha abierto a Efe las puertas de un proyecto que tiene 400 personas en lista de espera.
Para Habib (Afganistán) y Mahdi (Irán), musulmanes, y Chaminda (Sri Lanka), budista, es la primera vez que vivirán unas Navidades, aunque para ellos se trate simplemente de una cena especial.
Casilda, colombiana, recién llegada a España huyendo de la inseguridad, tendrá más presente en estas fechas simbólicas la distancia de sus hijos y nietos, a los que dejó atrás para trabajar y prosperar en España y poder ayudarles, aunque cuenta que por el momento no ha conseguido más que puntuales cuidados a un anciano.
Buena parte de la cena de Nochebuena, con ternera, pollo y cerdo, para adaptarse a todas las sensibilidades, saldrá de sus manos. Es la cocinera más popular, aunque esa tarea se reparte por turnos, como la limpieza.
Otro refugiado es Chaminda, que huyo de Sri Lanka tras colaborar con una organización que pretendía denunciar la aquiescencia del Gobierno con el atentado del ISIS en el país del pasado abril en el que murieron más de 350 personas.
Cuenta que buscó en internet dónde huir de la persecución y leyó que en la fachada del Ayuntamiento de Barcelona colgaba la pancarta: "Welcome Refugees".
"No puedes creer todo lo que pone en internet. Me di cuenta al poco de llegar aquí. Solo te ayuda el sistema cuando ya obtienes el asilo, pero antes de eso lo más probable es que pases meses en la calle", ha explicado a Efe.
Un largo viaje desde Irán y Afganistán realizaron hace unos meses también Saman, Habib y Mahdi.
Este último tenía 17 años cuando empezó un periplo que le llevó por Turquía, Serbia y Grecia antes de llegar a Barcelona, donde sueña con estudiar arte y ganar dinero con su pasión, el dibujo. Algunos de sus retratos decoran las paredes del comedor de La Casa de Cádiz.
En Nochebuena le gustaría que en la mesa hubiera patatas bravas, que dice son su plato preferido de su nueva ciudad adoptiva, que recorre andando con amigos entre los que hay tanto refugiados como españoles.
Un largo calvario fue para Habib y Saman igualmente llegar hasta España.
A Habib, un afgano que dedica todo el tiempo que puede a estudiar español -idioma con el que ya se defiende, aunque solo hace tres meses que una voluntaria le da clase-, la búsqueda de una vida mejor le llevó a ser esclavizado y vendido en Turquía por una mafia de trata de personas, explica a Efe.
El futuro del lugar y sus ocupantes podría decidirlo en los próximos meses el proceso judicial que enfrenta a los activistas con el ayuntamiento gaditano, aunque el proceso parece ir para largo, ha explicado a Efe el abogado de los activistas sin techo, Bernat Barceló.
La primera reacción de los vecinos a la ocupación del inmueble fue negativa, pero, según ha explicado a Efe Danciu, cambiaron de opinión al ver "que no se daba problemas, ni había ruido".
También ayudó a que el proyecto fuera visto con más simpatía que en la Casa de Cádiz dieran cobijo a un vecino querido en el barrio, el histórico dibujante de la editorial Bruguera Enric Pons cuando que estuvo a punto de ser desahuciado.
En la última década las personas abocadas a dormir al raso han pasado de 1.429 a 2.452 en Barcelona, pese al incremento de un 80 % de las plazas en albergues en la ciudad.