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‘Un otoño sin Berlín’: Y volver, volver, volver…

Ha compuesto una pequeña pieza de cámara fílmica sobre la imposibilidad de volver atrás, porque nunca se está en el mismo punto de partida...

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Lara Izagirre, cosecha del 85, debuta en el largometraje con una historia intimista, ‘Un otoño sin Berlín’. Es una de las miradas de mujer de nuestro país presentes en la cartelera, junto a Daniela Fejerman , cuya ‘La adopción’ analizamos en la primera parte de esta entrada. A ellas se les ha añadido, con una producción y reparto internacionales, este fin de semana Isabel Coixet con ‘Nadie quiere la noche’.

La realizadora ha comentado en diversas entrevistas que su cinta habla de aceptar a la gente tal y como es. Pero también de la vuelta al hogar en el que siempre hay un antes y un después. En efecto, June -una espléndida Irene Escolar, premiada por este trabajo y merecedora de una candidatura a los Goya como actriz revelación- regresa a su pueblo natal, tras una temporada en Canadá.

Se fue, tras la muy penosa muerte de su madre que su padre, médico, no pudo evitar. Pero también por su complicada relación afectiva con un misántropo escritor, cuyas agorafobia y fobia social rozan lo patológico. Ella asume este estado de cosas, pero no deja de sufrir por ello. Berlín se convertirá en ese destino idealizado, en el que ambos puedan reencontrarse sin reservas y en libertad.


Mientras recompone este puzzle, un niño, a quien le da unas clases muy sui géneris, y es interpretado por un prodigioso Lier Quesada, será su mejor cómplice.

La realizadora sabe mirar y mostrar sin necesidad de subrayados inútiles. Ha compuesto una pequeña pieza de cámara fílmica sobre la imposibilidad de volver atrás, porque nunca se está en el mismo punto de partida. Sobre la necesidad de reconciliarse con un pasado familiar y amoroso. Sobre la trampa de la nostalgia. Sobre ver con otros ojos a entornos y personas tan imprescindibles como infranqueables.

Y se ha servido para ello de un personaje femenino fuerte y generoso. De una mujer sensible y determinada a cambiar el rumbo de su vida, y de las de sus seres queridos, abriéndose a ellos-as, aunque duela. Pero también valiente hasta las últimas consecuencias. Nadie es juzgado-a aquí. Los personajes nos son mostrados en su presente, con un ayer -que nunca se explicita, solo se sugiere- que les marca y un futuro por resolver. Con una conclusión honesta y consecuente, sin místicas. La única posible.

95 minutos de metraje. Escrita también por su firmante. Fotografiada por Gaizka Bourgeaud, con música de Joseba Brit. Un buen equipo técnico-artístico, con gente de talento como Ramón Barea y Tamar Novas, en un papel más que ingrato y antipático, en el reparto. Véanla cuando puedan. Es la mirada personal, valiosa e intransferible de una cineasta a seguir.

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