En Sevilla hay un desván desde el que se intuye esa calle en la penumbra de la madrugada. Encaramados a la alevosía del anonimato, un grupo de adictos al veneno de la radio recrea en sonidos los fotogramas de historias en 35 milímetros. También cuentan que hay noches en las que los pasos de ‘Jack el Destripador’ hacia White Chapel marcan el compás de la música suspendida entre las volutas de humo denso. El mismo que enmascara las pruebas de un crimen ante la mirada inquietante de Ron, un gato ebrio de talento, mascota de la sociedad secreta que se esconde tras el asesinato de la convencionalidad.
Desde una indiscreta ventana del desván de la calle Fleet, al que se accede por un portal del barrio de San Vicente de Sevilla, un tal Jefferies podría haber descubierto la orgía de sangre del demoníaco Sweeney Todd, que regentaba su barbería en esa misma dirección. Y puede que en las paredes de esa oscura buhardilla se ahoguen las notas finales del legendario concierto que Pink Floyd ofreció en la cara oculta de la luna, con Judy Garland y un hombre de hojalata como miembros del cuerpo de baile.
Nada es lo que parece en el desván de la calle Fleet. Podría ser un programa de radio, y sin embargo no hay receptor que pueda sintonizarlo. Es, más bien, el alambique que destila la pasión por las historias de un grupo de muchachos embrujados por Teresa Puig, el ama de llaves que encierra un talento centenario dentro de una cáscara de veinteañera. Es, también, el condensador de fluzo del que se sirve Antonio González para hacer regresar a un futuro imperfecto los mensajes que permanecen en la memoria indeleble de un blog en blanco y negro. Nostalgia de una radio que les contaron, porque ya no existe. Memorias de un tiempo consagrado a las historias y los mitos, a los miedos y a los sueños que conquistan horas de desvelos.
‘El desván de la calle Fleet’ puede escucharse a cualquier hora, en internet, pero sólo suena a madrugada. Los nombres de los sospechosos arañan el informe de la investigación garabateado en el aire: Baquero, Trujillo, García, Siblini... Ninguno puede esquivar las acusaciones. Todos empuñaron en algún momento el ingenio, y se ensañaron con vehemencia contra el reglamento de lo común.
Puede que la hoguera de las vanidades espere furiosa los cuerpos poseídos de los hechiceros, pero en cada aquelarre son más las almas embriagadas por los brebajes preparados entre las sombras y servidos en copa de cocktail. Seres que amenazan con erigirse en legión a la conquista de los territorios cenagosos de la madrugada.
La caída de las hojas es la señal. El otoño llenará de misterio una escalera de Sevilla que lleva hasta un ático lúgubre del corazón de Londres.