La Feria del Libro de Málaga de 2024 se pierde ya, poco a poco, en la memoria de los lectores aun cuando la ciudad se ha convertido, entre otras muchas cosas, en un escenario incesante de presentaciones de libros y eventos culturales de todo tipo, lo que, en cualquier caso, no deja de ser una bendición. Sin embargo, si comparamos el dinero público invertido en literatura (certámenes, ferias, congresos y jornadas de todo tipo) con el que se usa para otras manifestaciones artísticas, sostenimiento de museos, conciertos, teatro, música, etc., por ejemplo, veremos que aún queda camino por recorrer. De cualquier forma, la literatura gana terreno en la Ciudad del Paraíso, con decenas de creadores dando a conocer sus obras periódicamente, jornadas y eventos de todo signo y condición, amén del trabajo abnegado y callado que hacen las librerías de la urbe, desde Proteo a Luces, pasando por Rayuela, Áncora o la mismísima Casa del Libro.La efervescencia de las letras está fuera de toda duda. Lo que no se sabe es si hay tantos lectores como escritores y, si todo lo que escribimos los creadores, merece ser leído. Seguramente no. Pienso estos días en esos silencios sobrevenidos en la edad fértil de Juan Rulfo o de Salinger y, por contra, uno puede encontrar esas carreras longevas que han alumbrado multitud de novelas, siendo prescindibles para muchos las dos o tres últimas, y se pregunta si, en un determinado momento, cuando el escritor ya es consciente de que ha dicho todo lo que tenía que decir, no sería mejor pararse y callar para siempre.Sería, sin duda, un beneficio para toda la sociedad y prestigiaría esa obra. Lo mismo podrían hacer algunos políticos o periodistas, en la seguridad de que, una vez repetido el mantra de lo que uno lleva en la cabeza, tal vez sea mejor dejar paso a otros y vivir en la virtud de un prudente silencio, siembre benéfico, siempre saludable. Y, ya que estamos, esa parálisis de la vocación a una determinada edad, una vez que el susodicho ha compartido con el resto de la sociedad aquello que su ineludible sentido del deber le impelía a sacar de dentro, podría extenderse a todas las profesiones y oficios, y en ese silencio sobrevenido, si hacemos un ejercicio de ficción contenida, a lo mejor hay sitio para la construcción compartida. Callar a tiempo es una victoria. El silencio también reúne su dignidad.