Para Amelia levantarse de la cama por la mañana ya era todo un logro. Luego a lo largo del día sobrevivía desconectada de sí misma, aunque por la noche, justo antes de dormir, la oscuridad regresaba a su vida. Una pesadilla que continuaba diariamente y de la que no podía huir, o al menos eso pensaba ella. “Me llevé años pidiendo a mi médico que me derivase a un psicólogo porque quería matarme. El dolor que sentía dentro y él desprecio por mí misma, me paralizaba. El médico no me mandaba al psicólogo ni al psiquiatra, recetaba pastillas que me dejaban desconectada. Llegué a hacerme adicta a la medicación, y ni aún así conseguía que me derivara al psicólogo. Me llevé dos años en ese sin vivir, incluso con mi familia diciendo que era una exagerada y una vaga”. Es el testimonio de Amelia, una mujer de 46 años que sufrió depresión, uno de los trastornos psicológicos más frecuentes hoy en día, pero también uno de los más incomprendidos. Este mes de enero, precisamente, se ha celebrado el Día Mundial contra la Depresión. En España, este trastorno afecta ya a dos millones de personas. Una cifra que se ha visto incrementada lógicamente a causa de la pandemia.
“Además de las investigaciones que se están llevando a cabo para conocer exactamente cómo ha influido el confinamiento y cómo está influyendo la pandemia en la salud mental de los ciudadanos, puedo decir que existe un aumento considerable de personas que anteriormente habían sufrido un trastorno depresivo y que se está viendo agravada su situación. Lo veo en consulta -comenta la psicóloga Antonina Fernández-. También la incertidumbre con la que se está viviendo, el miedo, quizás la pérdida de un familiar o problemas económicos, todo ello termina haciendo mella”. Un auténtico caldo de cultivo para la depresión. Otra de las formas en la que puede verse reflejado el daño que origina la situación de crisis sanitaria.
El problema surge cuando se utiliza el término depresión muy a la ligera, y eso aquí es bastante frecuente. El decir “tengo una poquita de depresión” hace más daño que bien a la persona que solo está pasando una mala racha puntual o tiene un estado de ánimo triste. “La depresión se tiene o no se tiene. No es hoy tengo un poco de depresión y ya mañana se me ha pasado. Al igual que se pueden tener síntomas sin pasar a ser un trastorno de depresión mayor. Digamos que tiene que tener la ‘triple A’ para empezar a diagnosticar depresión. La incapacidad para sentir placer por algo que te hacía disfrutar, a eso de le denomina anhedonia. También otro de los síntomas sería la apatía y la abulia, la pérdida o falta de voluntad para tomar decisiones y tener motivación para cumplirlo. Es con esa falta de voluntad donde la familia y el círculo más cercano de la persona que la sufre puede presionar más. También se pueden darse otros síntomas que pueden alentarnos, cómo por ejemplo el exceso o falta de sueño o la alteración del apetito”, explica Fernández.
Aunque no es el único trastorno del estado de ánimo, también se podría dar el caso de que una persona pudiera presentar distemia, una forma de depresión crónica menos intensa pero más prolongada en el tiempo. En esta familia también se encontraría la afectividad estacional, una forma de depresión que aparecería en la misma época cada año, normalmente en invierno.
Actualmente, la solución pasaría primero por un diagnóstico acertado realizado por trabajadores de salud mental, ya sea psicólogo o psiquiatra, y terapia con un especialista de este campo. Y en casos en los que sea necesario, siempre bajo prescripción médica, tratamiento farmacológico. Es en este último punto donde subyace el problema real de la depresión.
“Las personas que sufren depresión no están siendo bien atendidas por nuestro sistema de sanidad pública. Para empezar, el hecho de llegar a un psicólogo es una auténtica odisea. Hay una sobreprescripción de ansiolíticos y antidepresivos porque no hay suficientes psicólogos públicos, por lo que para tratar a una persona con depresión al final lo más barato es recetar fármacos y esto es un tremendo error. Las plazas anuales para el PIR (Psicólogo Interno Residente) en España son irrisorias, porque se le está dando más importancia a la salud física que a la mental, cuando ambas tendrían que estar equiparadas. Desgraciadamente, hay largas listas de esperar para acceder a un psicólogo por la vía pública y esto en el caso de la depresión, puede llevar al paciente a que el trastorno termine siendo crónico. Eso o acudir a terapia psicológica por lo privado”, denuncia Marina Moreno, psicóloga experta en dependencia emocional y violencia de género.
Eso fue lo que tuvo que hacer Amelia. “Al final decidí ir a una psicóloga privada porque ya no podía más y me ayudó. Le estaré siempre eternamente agradecida. Ahora estoy viva”.
El testimonio de Amelia va muy en la línea del de Carolina, quien también sufrió depresión. “No siempre se llora. Hasta que mi cuerpo explotó, no me di cuenta de lo que realmente pasaba. Se sale, pero no de forma pasiva. Hay que trabajar, pero merece la pena”.
Marina Moreno insiste en que “no se puede jugar a ser psicólogos cuando no sé es. Hay que huir de las pseudoterapias que están proliferando en los últimos tiempos y acudir a profesionales. La familia tiene que apoyar, pero no agobiar y sobre todo no juzgar”.