Los que me conocen saben que unas de mis rarezas es la de coleccionar comienzos de libros. Me explico: cuando abro un libro y sus primeras líneas me parecen geniales, las fotografío y me lo guardo como un tesoro. Desde Lolita de Nabokov hasta Pedro Páramo de Juan Rulfo pasando por autores menos conocidos, pero que han conseguido que al pasear la mirada por lo escrito sintiera esa embriaguez casi alcohólica de la pureza extrema.
Cuando he abierto La letra herida de Toni Montesinos, y me he dejado llevar por un prólogo que es un verdadero grito de vida embutido en una exquisita mortaja de tristeza, he decidido que no pasaría a ser parte de mi colección, porque no es un comienzo, es mucho más. Todas y cada una de las líneas en las que Toni cuenta hasta el abismo que le han sus propios demonios le otorgan de una autoridad absoluta para contarnos lo que el libro nos ofrece: Morir para contarlo: unos genios de la literatura en plena autodestrucción.
Habla este texto de soledades y sufrimientos, de seres trastornados y alcoholizados: del culto al cuerpo de Mishima hasta hacerse el harakiri y la impaciencia por salir del mundo de Pavese; del doliente y enloquecido Nietzsche y del hondo inferno de Strindberg; del suicidio tan mísero como su existencia de un superventas como Salgari; del hígado incompatible con la vida de Rubén Darío; de las duras y malas calles que pisó Jack London, surcador de mares; de la inteligencia demente de Virginia Woolf; del yo múltiple bañado en aguardiente de Pessoa o del paraíso perdido de Lowry. Y también, de la melancolía y el tedio de vivir, del personaje Werther y de Cioran. De tantas vidas creativas -Bukowski, Fante, Kerouac, Capote, P. K. Dick…- tantas veces malogradas por voluntad propia.
El lector se abrirá a este enjundioso ensayo, escrito con una prosa vívida y profunda sensibilidad, con una serie de vidas dantescas de escritores aferrados a las letras y que vivieron a remolque. O que sobrevivieron. O que, sencillamente, un día se quitaron de en medio dándose muerte. Borracheras, accesos de demencia y todo tipo de drogas sirvieron para soportar sus vidas o, incluso, llegar a concebir algunas de las más bellas páginas que ha dado la literatura. ¡Bravo!