i no tenemos suficiente con el trance de atravesar la plaga del covid19 con resignación, llega el efecto llamada o llamarada propia de perturbados que encuentran en la violencia un bálsamo para hidratar sus infiernos interiores.
En la hospitalaria Málaga los sucesos criminales son tan lamentables como escandalosos y propios de una ciudad tirando a grande. Esta novedad del desorden callejero la noche de Halloween nos desubica en el paraíso.
Lo que está sucediendo con la pandemia es grave. Una ristra de infectados y muertos. Encima 6. 949vecinos más, de cabeza al paro este octubre. Un empresariado insomne: apaleado a deudas e impuestos. Habrá que buscar soluciones, pero no a trompazos poniendo de excusa la libertad. Las malas noticias venden y contagian como esas imágenes de altercados borrokas que se han regado por los noticieros en ciudades como Burgos, Logroño y la rivalidad de salvajes en Barcelona o Madrid me mata. La liga deportiva de apedrear a los antidisturbios y excitar el acongoje público. Quemar y desparramar los contenedores de basura y de paso saquear el Decatlón o la franquicia de cocodrilo Lacoste. Saqueos puros. Más que hambre de libertad, sed de mejor educación, sanidad digna o justicia justa, parece que uno de los efectos secundarios del coronabicho son las ganas de montar el pollo con la sudadera encapuchada, por cierto, de marca.
