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Provincia de Cádiz

Atención a la dislexia: “Un diagnóstico temprano, ahorra mucho sufrimiento al niños”

La asociación gaditana Adica organiza el día 25 un congreso para formar a familias y docentes con la participación de expertos y afectados

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  • El papel de los docentes es fundamental para la detección temprana de dislexia en las aulas. -

En el cartel del I Congreso Andaluz de Dislexia 2021 se lee “Tu atención puede cambiar su vida” para remarcar la importancia de la detección temprana de este trastorno que padece hasta el 10% de la población. La presidenta de la asociación gaditana Adica, Lucía Alcántara, responsable de la organización de la jornada el próximo 25 de septiembre en el Aula Magna de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Cádiz (UCA), subraya que es fundamental la implicación de profesionales y familias para el diagnóstico precoz.

“Los chicos pueden ahorrarse mucho sufrimiento” si se ataja cuanto antes esta dificultad de aprendizaje específica, apunta, y hace alusión a tres historias sobre las consecuencias de la falta de atención que, sin necesidad de entrar en detalles, son muy crudas: “Uno de los pequeños es bulímico, a otro se le ha caído el pelo, y el tercero está deprimido”. 

“La dislexia no es una enfermedad, la dislexia es un trastorno neurológico que impide discriminar los fonemas y ordenarlos correctamente”, explica, por su parte, Fernando Sáez, orientador y ponente en el congreso. “El cerebro de un niño de cinco años es más plástico”, añade, de manera que lo idóneo es que se actúe a partir de esta edad para atenuar el problema.

La detección es relativamente sencilla. También se aportan claves en el cartel anunciador: “¿Tiene mala memoria a corto plazo? ¿Tiene dificultades para las reglas ortográficas? ¿Le cuesta seguir el ritmo de la clase? ¿Trabaja muchas horas y el resultado no es acorde al esfuerzo? ¿Tiene baja la comprensión lectora y comete errores en la lectura?”. Sin embargo, los docentes no intervienen siempre con diligencia, lamenta Sáez, y “se pierde un tiempo muy valioso”, apostilla.

Lucía Alcántara invita a profesionales de la educación y a padres y madres a participar presencialmente o de manera telemática en el congreso. El plantel de ponentes es del máximo nivel y la asociación ha organizado talleres para poner en práctica técnicas y resolver dudas. Con el trabajo en casa y en clase, concluye, se puede hacer felices a los pequeños, frustrados e incapaces de resolver los problemas de aprendizaje mientras que no tengan diagnóstico, y evitar el fracaso escolar, que alcanza el 40% entre el colectivo.

“No hay que rendirse nunca ni condicionar a nuestros hijos”

La historia de Marga tiene una parte excepcional por inusual. El principio, lamentablemente, no lo es. “Mi etapa en el colegio fue horrible”, confiesa. Sin diagnóstico, porque entonces, dice desde sus 45 años, “estas cosas (la dislexia) no se miraban”, “era la tonta de la clase”.

“El profesor insistía en que era muy inteligente, pero me ponía al final de la clase, con los rezagados”. Los listos, de acuerdo a esta costumbre afortunadamente erradicada de las aulas en la actualidad, se sentaban en las primeras filas. “El colmo de la humillación era que, si sabían que eras torpe en una asignatura en concreto, siempre te sacaban a la pizarra”, lamenta. 

Pero se sobrepuso. “Era muy pasota”. Sin ayuda de ningún tipo, Marga buscó sus propias herramientas para aprender. Esto, justo, es lo insólito. “No aprendía de pe a pa, preguntaba una y otra vez si tenías dudas, comencé pronto a hacer mapas mentales, esquemas y resúmenes”. Se agenció de un buen número de subrayadores, los apuntes cogieron color y acabó estudiando artes gráficas. “Continúo con mi amor por el estudio”, asegura. En formación permanente, dirige equipos.

La historia de Marga también tiene una parte previsible y esperanzadora. Su hijo (la carga genética es fundamental) también es disléxico. Pero, a diferencia de ella, nunca ha estado desamparado. Otros tiempos. Mayor implicación de la propia familia y los profesionales. Otra vez la misma clave. “Tenía dificultad para seguir seriers sencillas, no se ponía los zapatos derechos y sufría para seguir una línea recta”. A los cuatro años fue diagnosticado y, “aunque, como yo, no es capaz de aprenderse las tablas de multiplicar, está muy motivado para estudiar”.

“Como madre, puedo afirmar que el acompañamiento es fundamental”, apunta, y detalla que “yo me he adaptado a las necesidades de mi hijo para que porque en el momento en que un disléxico se siente comprendido, se siente mejor”. Es complicado, admite, pero “no hay que cansarse, no hay que rendirse, hay que buscar la forma y nunca, nunca jamás, hay que limitar o condicionar a nuestros hijos”.

“Cuando conoces tus capacidades es mucho más fácil avanzar”

Hasta que Alberto fue diagnosticado como disléxico cargó con la etiqueta de vago y torpe. En segundo de ESO sufrió acoso y en una ocasión estuvo durante un mes preparando un examen de Filosofía y suspendió con un tres. Aquellos años primeros años en el colegio estuvieron marcados por la incertidumbre y la frustración.

El problema estaba en la dificultad que encontraba para trasladar el conocimiento de su cabeza al papel. Hasta que se tomaron medidas. “Las primeras adaptaciones las puso en práctica el profesor de Filosofía, precisamente”, recuerda. Quince días después, obtuvo un ocho en otro control de esta asignatura. “Hubo un cambio radical”. La clave fue “conocer debilidades y potencialidades”. Así, dice, “fue fácil”. Aplicó sus propias técnicas. “Uso la lectura en voz alta para recordar”, por ejemplo, porque le va mejor. Todo esto le funcionó.

“Acabé Selectividad con un 10,5”, subraya sin ocultar su orgullo por su excepcional rendimiento. Tras terminar sus estudios como maestro de Educación Primaria, cursa un máster de psicopedagogía. Su intención, a corto plazo, es preparar unas oposiciones. Su objetivo, a medio y largo plazo, es ayudar a otros chicos como él a dar con la forma adecuada de aprender.

“Quienes padecen dislexia son personas muy creativas, resilientes, con enorme capacidad de superación, observadores y con ganas de aprender”. Bill Gates, por ejemplo, sufre este trastorno y, sin embargo, es modelo de éxito. “Hay metodologías inclusivas que funcionan; los docentes deben tenerlo presente”, remarca. Y considera igualmente muy importante asumir que la diversidad no es un error. “No es malo porque cuando una clase está lleva de diversidad, acaba fomentando el trabajo en equipo y la solidaridad”, explica.

“Hay que confiar en la ayuda de la familia y los profesionales”

Lola tardó en aprender a leer y a escribir y cuando lo hizo, lo hacía lento, inventaba palabras, cambiaba las letras de sitio y cometía un montón de faltas de ortografía. Hasta sexto de Primaria dedicaba toda la tarde a los deberes escolares. Estudiaba muchísimo. Cada día. Los resultados no se correspondían con tanto esfuerzo: sacaba cincos.

No era consciente de su problema hasta que, en el último curso antes de comenzar la Secundaria, sumó cuatro suspensos de golpe. “Nadie lo entendía”, recuerda, por lo que su familia y los profesores convinieron que la psicóloga del colegio Nuestra Señora de la Paz en Jerez la sometió a unas pruebas que concluyeron que padece dislexia. Los docentes se involucraron y adaptaron el método de enseñanza y evaluación.

“Comencé a usar folios grandes (A3), no copiaba los enunciados ni me restaban puntuación por las faltas de ortografía”, explica. “Pasé de tener tres y cuatro en los exámenes a ochos y ochos y medio”. En el instituto Padre Luis Coloma, donde continuó sus estudios, lo tuvo un poco más difícil porque tardaron casi un mes en atenderla adecuadamente. Además, tuvo que informar a casi una docena de profesores de sus circunstancias. “Me da vergüenza”, lamenta, “todo debería marchar más rápido”. A punto de comenzar sus estudios de Arte en La Porvera, se muestra ilusionada con su futuro prometedor gracias a que la familia y los profesionales se implicaron. “Hay que confiar en ellos”.

 

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