Josela Maturana tiene once libros en el mercado y está considerada como una de las poetas más sólidas del panorama nacional. Su nacimiento en una ciudad multicultural como Melilla, la convivencia con otras culturas y su posterior trabajo y vocación como profesora en centros de alfabetización de adultos han enriquecido una personalidad que deja impresa en cada una de sus obras, pero también en la vida real donde lo que vive y lo que escribe se demuestra que son la misma cosa. A ello se unen seis años en la política que no lograron cambiarla. No todas las personas son capaces de superar ese trance.
—’La luz guardada’. Josela Maturana. Este es el resultado del III Certamen de poesía ‘La compañía de versos’. Un libro ganado a pulso, en franca competencia y en el que el jurado ha visto lo se viene viendo desde hace muchos años en la autora. Y es que es el undécimo libro. ¿Qué guarda este libro?
—El título es bastante sugeridor y como todo título es una preparación a lo que nos vamos a encontrar. Yo a veces empiezo a escribir un libro pero si no tengo claro cómo lo voy a titular esa inquietud no desaparece. El libro guarda la luz, pero la luz no es concebida solamente como la luz atmosférica, climatológica… que también lo es, es una luz vivencial, que guarda todo aquello que realmente merece la pena conservar. Incluso es un libro que añora, o que anhela lo que no pudimos tener, no pudimos alcanzar, no pudimos conseguir pero que de alguna forma también seguimos guardando como parte o legado de una existencia. Yo creo que es importante este concepto en la vida de toda persona y sobre todo en la vida de una persona que como yo, cuando escribe está atenta, o lo procuro, a las cosas que pasan. En este libro no sólo está la luz íntima que yo guardo; también está la oscuridad que nos rodea en la actualidad, hay muchas zonas oscuras en nuestro sistema, en nuestro entorno, nuestra vida diaria y la actitud ante eso es enfrentarse a esa oscuridad pero sacar de ello un destello, algo positivo. Yo creo que es un libro que habla de mi intimidad pero también habla de lo colectivo, de lo que día a día me va acompañando porque si la poesía no es un relato de lo que nos acompaña, los poetas nos meteríamos en las torres de marfil, que pueden ser muy bonitas pero no son translúcidas.
—El poeta tiene una gran ventaja sobre todo los demás. Eso que se llama licencia poética.
—Exacto. Cuando yo era pequeña, estaba en el colegio y me ponían el problema de matemáticas y que el resultado de la suma era cuatro, yo me preguntaba por qué en la vida dos y dos tienen que se cuatro. Luego me he ido dando cuenta que la poesía le permite al poeta la licencia de la libre interpretación de las cosas y también es necesario porque la poesía es una forma de mirar y de estar en el mundo. Pero tampoco el poeta debe permitirse el lujo de tener una libertad de interpretación que lo distorsione. María Zambrano decía que el trabajo del poeta es hacer posible lo que no ha sido posible, que lo que no ha sucedido realmente tiene el derecho a ser. Y en el mundo hay tantas cosas que cotidianamente no suceden por falta de libertad, de justicia, de oportunidades… que el poeta tiene de alguna manera que hacer visible en el poema que eso también tiene derecho a ser. Pero el poeta debe tener libertad pero también una conciencia lúcida de las cosas.
—El pensamiento lateral, la teoría más creativa. El pensamiento no tiene por qué ser en línea recta sino que a los lados se puede encontrar una interpretación distintas sin salirte de la verdad.
—Sobre todo porque el pensamiento lateral te permite crear asociaciones. El mundo que estamos viviendo, que es el de la globalidad, no es el mundo del separatismo, de la individualidad, de los compartimentos, sino de la globalidad. El ser humano necesita el respeto de su identidad, pero también necesita la conciencia de que realmente forma parte de algo colectivo. Y la poesía, las palabras, te permiten crear puentes, alianzas, asociaciones de cosas que parecen que están dispersas pero al final todas confluyen. Seamos lo que seamos, estemos donde estemos, somos seres humanos con las mismas carencias, deseos, oportunidades y las palabras son las que hacen posible que todo ese mundo se una.
—Pero la licencia poética le da derecho al lector a una licencia interpretativa, con lo cual el poeta puede estar diciendo algo y el lector interpretando otra cosa distintas. Eso puede crear confusión o enriquecer.
—Enriquece, como en toda obra de arte. El poema, cualquier texto escrito puede ser interpretado de forma distinta por muchas personas. Cuando leemos un poema, que es mucho más esencial en cuanto a lo que recoge, el poeta no puede pretender que el lector lo interprete con absoluta fidelidad. Todo lo contrario. La literatura, y sobre todo la poesía, permite multiplicar la vida y reproducir el texto tantas veces como lectores haya. Ahí está la riqueza del poema. Un poema que tú has escrito y que lo interpreta un crítico te hace reconocer aspectos del poema que no has visto, lo mismo que hay otros aspectos que no han sido vistos por el crítico y que están ahí. El prodigio de la literatura y de la poesía es su multiplicidad. Cada poema es de un lector y cada lector hace de él una libre interpretación. Yo creo que lo enriquece.
—Eso es lo que hace mágica a la poesía. Pueden decir que es una cursilada pero muy pocos no terminan de leer el poema cuando lo han empezado. Salvo que sea muy malo.
—Claro. Lo que pasa es que el lector de poesía es más minoritario porque tenemos menos costumbre de lectura poética que de lectura en prosa. Sobre todo porque la prosa nos cuenta una historia y las personas, desde que nacemos hasta que nos morimos, estamos ávidos de escuchar historias, parece que nuestra vida o lo que queremos que sea nuestra vida la proyectamos en el libro, en la novela, en el cuento. La poesía requiere otra actitud. A mí cuando me dicen mis alumnas que no leen poesía porque no la entienden les digo que no se puede ir al poema con la intención de entenderlo porque la poesía no es un texto para entender de una manera cognitiva, racional… aunque hay muchos tipos de poesía, desde un poema surrealista hasta un poema social o uno que sólo busca lo estético, lo lírico. El lector de poesía tiene que ir al poema buscando la sugerencia, la conmoción, algo que lo remueva, que lo conmueva, que le transmita… pero no entendiendo. Cuando algo nos conmueve, nos transmite evidentemente después va a venir una reflexión.
—Josela Maturana es una persona reivindicativa. ¿Se nota en su poesía?
—Yo soy una persona reivindicativa por mi trayectoria vital. Por el lugar donde he nacido, Melilla, una ciudad peculiar. Cuando yo llegué a los 40 años y comencé a escuchar lo que era la multiculturalidad, yo lo he vivido desde que era una niña y agradezco enormemente haber nacido allí porque aunque tenía muchos inconvenientes –el apartamiento, la distancia geográfica, el aislamiento, plantearte cuál era tu patria, algo lejano que se llegaba en barco, una ciudad que tenía límites, que era fronteriza…- había muchos aspectos que yo agradezco haber podido vivir. Convivir con personas de otras religiones, de otras culturas, tener amistad con ellos, conocer sus costumbres… me ha dado un concepto de la existencia muy abierto. Cuando yo hablaba en Melilla con otras mujeres sobre integración me decían que no querían integración sino convivencia. No sólo lo que yo he visto desde el punto de vista sensorial o plástico, sino todo lo que he visto en el fondo, en la espiritualidad, me ha servido para comprender que el mezclarnos, el compartir con los diferentes enriquece. Luego agradezco mi trabajo, el haber llegado a Andalucía y haberme topado con una realidad en la década de los 80 que para mí era estremecedora. Fue ir a un pueblo muy cercano, a Barbate y encontrar barrios absolutamente depauperados, personas con entre 30 y 40 años totalmente analfabetas, en su mayoría mujeres… Fue un shock tremendo porque estaba viendo un país, una región que estaba en un nivel de subdesarrollo cultural absoluto. Me pareció tan injusto lo que se había hecho con esa generación que mi trabajo no fue sólo un trabajo si no una apuesta personal.
—Ahora el analfabetismo está técnicamente erradicado, pero lo que está contando es de hace 30 años.
—Esta realidad no ha ocurrido hace cien años. Estamos hablando de Andalucía hace 25 ó 30 años que fue cuando yo empecé en el programa de alfabetización. El nivel de analfabetismo era elevadísimo y era el rescoldo, los restos de un sistema político totalmente injusto que le arrebató a una generación de hombres y mujeres, más mujeres que hombres, el derecho más incuestionable que puede tener un ser humano, el derecho a la educación. Cuando hablas con cientos de mujeres en estos años, que llegan al Centro de Adultos el primer día y el lápiz les tiembla en las manos, que han hecho un esfuerzo sobrehumano por dar el paso y atravesar el umbral del centro porque han tenido una vida de privación cultural, se han movido por la calle como si tuvieran ceguera, no han podido leer el letrero de una calle… Ha sido una anulación, no sólo la privación del derecho, sino una privación de lo personal que por otro lado ha favorecido en estos hombres y mujeres el desarrollo de otros aspectos de su personalidad. Cuando tú ves cómo se lleva a cabo ese proceso y ves que no sólo se lleva a cabo la lecto escritura sino que la alfabetización es un proceso de desarrollo personal y social, de liberación de la persona, de conquista de unos derechos, unos bienes que la sociedad o la historia les negó, es una satisfacción enorme.
—Ver esas caras de esas personas cómo van cambiando conforme va saliendo el garabato, van entendiendo… Eso sí que es poesía.
—Por supuesto. Yo escribí un estudio que se titula
El rapto de las sabinas. Mujer y analfabetismo, un dolor íntimo y social que fue un recuento de lo que habían sido tantos años en los centros de alfabetización y en el que recordé las historia de tantos hombres y tantas mujeres que me habían contado lo que había sido su vida y lo que había supuesto el analfabetismo y, por supuesto, la alfabetización. Y lo relaciono un poco con el mito del rapto de las sabinas porque consideraba que esas personas fueron raptadas por la historia y que el acercarse a reconocer los códigos que no conocían y sobre todo recuperar la autonomía y la confianza significó una liberación. En ese libro creo que plasmé toda esa experiencia a la que estoy totalmente agradecida porque ha sido mi trabajo, pero como persona me ha dado una riqueza incalculable.
—¿Es este libro encontramos a una Josela Maturana literariamente madura?
—Yo creo que sí. Lo que pasa es que una sigue buscando siempre su voz y los que escribimos alcanzamos una madurez que también alcanzamos en la vida, pero quiero pensar que no la he alcanzado porque cuando termino un libro creo que se podían haber hecho cosas mejor. Y creo que es bueno que vayas encontrando tu voz porque es importante la voz del poeta, que aunque es fruto de muchas influencias tiene que ser una voz propia y singular. Encontrar la voz es muy difícil entre tantas voces y tantos ecos.
—Es bueno que el artista siempre sea un aficionado, que no se convierta en un profesional. Se lee menos poesía. ¿Se edita menos poesía?
—Sí. Estamos en un mercado editorial en el que se publica mucho, se vende mucho y se lee poco. La poesía es menos publicable y menos vendible porque el lector de poesía es un lector de calidad, fiel y minoritario. En el mercado editorial hay mucho boom literario y ese boom literario lo encontramos en la novela, aunque hay grandes éxitos en la poesía, como el Cuaderno de Nueva York, de José Hierro, que vendió miles y miles de ejemplares. Pero es difícil que un poeta venda tantos ejemplares como una novela.
—Entre otras cosas porque tiene menos salidas. Con una novela se hace una serie de televisión, una película…
—Estamos en un mundo en el que los lectores se mueven en un mercado editorial que se debe a una pautas, a unos comportamientos. Pero aunque se edita menos poesía se siguen editando libros de poesía, pero es más difícil para un poeta publicar.
—Podía haber sido una buena delegada de Cultura. Había buenas ideas. ¿Cómo fue esa época?
—Una experiencia muy positiva, muy constructiva. Lo mejor de mi paso por la política han sido los amigos, personas que conocí y que conservo como amigos, acercarme a la gente de la ciudad y conocer sus problemas. La política es un mundo muy apasionante, muy intenso y lo mejor es que salí como entré, con mis valores no solamente intactos, sino reforzados, pero sobre todo teniendo en cuenta que la política tiene su parte dolorosa. Yo rechazaba completamente el discurso político de la bronca que no hace falta para ser una persona convincente, no es necesaria la agresividad, esa vehemencia tan corrosiva… Todo eso estaba absolutamente de más. Creo que el discurso político debe ser fuerte, firme frente al oponente, pero la agresividad está fuera de todo lugar.