En cierto modo está recibiendo parte de lo que dio, porque fue religiosa de la Caridad que volvió a su casa para cuidar a su madre enferma. Está recibiendo el cariño y el apoyo de personas anónimas de Cáritas que se vuelcan para cuidarla, personas humildes que aprovechan su tiempo libre para ayudar a los demás. "Ángeles" que dice ella, "no sé de dónde salen".
Pero está padeciendo el calvario de muchas personas dependientes a los que se les aprobó una Ley sin presupuestos y a los que se les aplican unos recortes que no se aplican a otras instancias de la política. Está padeciendo la incapacidad de una Administración de atender a sus administrados, el fracaso de las políticas sociales de las que se les llena la boca a los políticos.
Dijo una vez el cardenal Amigo Vallejo que lo que no consiga una monja de la Caridad no lo consigue nadie. Isabel Carrasco quiere conseguir que la atiendan, pero sobre todo que atienda a tantas y tantas personas como están solas en sus casas y en sus casas mueres, solas, sin que les llegue la ayuda. Es el testimonio, en forma de carta pero también en video de su propia voz, de esta mujer que no se ha quedado callada ante la adversidad. Quizá porque fue hermana de la Caridad. O porque siempre será hermana de la Caridad y ya se sabe de lo que es capaz una monja de la Caridad.
"Soy Isabel, una ciudadana ya mayor, de 79 años, con varias enfermedades y padecimientos crónicos diagnosticados, que me obligan a estar postrada en una butaca durante todo el día.
Alguien que está sola, a expensas de aquellas personas de mi familia, amigos y vecinos de grupos de la Parroquia, que por caridad me visitan y atienden, porque el cuidado que necesito es total, no puedo asearme ni comer sola, mi desplazamiento es con andador y por mis atrofiadas manos, acompañada.
Tienen que venir a acostarme y mi inmovilidad es tal, que apenas muevo el cuerpo hasta que me levantan. Cuando pueden me proporcionan algo de compañía.
Sólo voy a dar un dato que corrobora esto que antecede; el Tribunal Médico de la Junta de Andalucía a través del examen correspondiente, me concedió hace tiempo un 90% de Discapacidad. -Parece ser que este documento para la Administración tiene poca importancia-, y curiosamente también para las trabajadoras sociales ¿ ... ?
Me he llevado esperando tres largos años para que me pudieran hacer la primera valoración de grado, y la contestación ha sido la consecución de una ayuda a domicilio de 35 horas al mes, es decir una hora y unos minutos al día, excepto los domingos. No sé si indignarme, tomarlo a risa, o pensarlo un poco.
Ahora llevo meses esperando que me hagan una segunda valoración, al no estar por supuesto conforme con la primera respuesta dada y haber efectuado la reclamación oportuna.
Me siento maltratada por los poderes públicos y noto ser un objeto, pero además inservible y molesto. Aquellos que toman las decisiones en los despachos no me ven con sus ojos, ni me palpan no sienten empatía, por tanto es imposible esperar de ellos las consideraciones debidas.
Mi situación personal para su responsabilidad consiste en la traducción de mis padecimientos, en un coste monetario, a eso se reduce todo. La importancia que les suelen dar a los Servicios Sociales, la comprobamos al ver el lugar que ocupamos en los Presupuestos. Y así es lo mismo en las tres Administraciones de las que dependemos.
Sufro, -sufrimos- la comparación de esa merma de atención tan necesaria, con las recientes subidas del presupuesto de un 4% y las de algunos cargos de reciente elección, con el argumento de compensar las bajadas de años anteriores.
Esto es un signo palpable de las prioridades de nuestros gobernantes y su modo de gestionar las arcas públicas, que no debemos olvidar que se nutren de lo que aportamos los ciudadanos.
Creo que el dinero público debe administrarse y encauzarse embarcado en la cultura de la búsqueda de bienestar social para quienes más lo necesitan, y en la corrección de las injusticias.
No se debe decir que perseguimos un mundo más justo, y con nuestras equivocadas decisiones propiciar lo contrario.
Como digo el ser demasiado mayor, no es óbice para que denuncie una situación que considero injusta a todas luces y así deberíamos hacerlo junto con familiares y amigos, sustituyendo la comodidad y la resignación por un mayor compromiso auténtico y cristiano, y espero que el Defendor del Pueblo tome buena nota de esta denuncia y zarandee sin miedo a quienes deba. El está para eso, si no, se convertirá en Defensor de la Administración y será un funcionario más.
Lo pido y solicito por el colectivo de desfavorecidos, yo ya al fin y al cabo con la edad que tengo y mi fortaleza en la creencia de un Dios Misericordioso, voy aguantando como puedo, pero suplico para todos los implicados, por Justicia y no por Caridad".
El que quiera escuchar, que escuche.