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San Fernando

No saben que alguien las puede ayudar o no quieren que las ayuden

En San Fernando existen unas 5.000 personas vulnerables hasta el punto de que están en riesgo diario de sufrir un accidente en el que les puede ir la vida.

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Calculan que existen en todo San Fernando unas 5.000 personas vulnerables. Y no se trata de ese concepto de vulnerabilidad más amplia en el que se engloban toda clase de situaciones que imposibilitan una vida normal.

Aunque no sea un dato científico -pero visto lo que se ve perfectamente posible- esas personas son vulnerables a una caída con consecuencias incluso de muerte; a situaciones en las que peligra su integridad física y todo ello sumado a una vulnerabilidad que afecta a su dignidad como seres humanos.

De eso saben cada vez más las personas que se mueven dentro de la Asociación de Voluntarios Isleños, que después de cinco años de trabajo ya han podido trazar un mapa de necesidades habituales y otro de los sectores más afectados por la falta de medios económicos, de personas que cuiden de los mayores y de los temores de éstos a que cuiden de ellos. Porque es esa es otra de las batallas ocultas e ignoradas.

El panorama es sencillo de explicar dentro de su complejidad. Personas mayores que viven solas en sus casas. A veces matrimonios que no son visitados asiduamente por sus familiares o bien que no los tienen.

Deficiencias estructurales en las viviendas en los peores casos o sencillamente -que bien mirado es lo más sangrante- una simple bombilla que no funciona desde hace años y desde hace años se acuestan y se levantan a oscuras.

Personas que sortean cada día una simple loseta levantada que puede producir una caída que a una persona de 30 ó 40 años le puede producir una lesión, pero a una de 70 u 80 la puede inmovilizar de por vida. Llevan años paseando por ese “alambre” como un funambulista con suerte, pero con cada vez más días para que la suerte acabe.

La Asociación

Para eso está la Asociación de Voluntarios Isleños, una entidad posiblemente única en muchos cientos de kilómetros a la redonda. Tan única que ni siquiera entra en los protocolos de los servicios sociales porque se trata de ir a una casa a arreglar esa loseta que se mueve, esa bombilla fundida hace años que pende de un techo de tres metros o ponerle una lavadora de segunda mano cuando ya tienen las manos rotas de lavar... y la vida pidiendo descanso.

Son además personas vulnerables porque no tienen acceso a las redes sociales, por su edad o por su situación económica y por ende a conocer que existe esa asociación que las va a ayudar a solucionar su pequeño/gran problema.

AVI ya está mucho más organizada, cuenta con voluntarios de las distintas profesiones que no son manitas sino profesionales distintos a donar sus conocimientos y tiempo libre para ayudar a una persona vulnerable.

No cuentan con todos los materiales que quisieran y cuando los necesitan pero están en ello y poco a poco, a veces del bolsillo de la asociación que es lo mismo que decir del bolsillo de los voluntarios, solucionan los problemas.

Todas esas cosas materiales -el albañil, el fontanero, el electricista... no son materiales, son humanidad personalizadas- pueden ir encontrando soluciones porque cada vez están más asentados en las redes sociales. 

La clave, en los vecinos

Pero ya decíamos que las personas que necesitan ayuda no tienen internet, a veces apenas pueden salir de sus casas, si es que alguna vez pueden y sólo conocen su situación los vecinos, que sí tienen internet, que pueden actuar ellos mismos... O pueden llamar a AVI.

Ahí está la clave del éxito de una acción tan sencilla como fundamental. En los vecinos. Porque los vecinos conocen a estas personas y estas personas conocen a los vecinos. Hay un vínculo de confianza que es fundamental.

Porque los protocolos de los servicios sociales no contemplan casos tan especiales. Y porque si a una persona mayor que vive en esas condiciones se le habla de Servicios Sociales, de Ayuntamiento... sabrán que están a un paso de que las obliguen a abandonar su hogar de toda la vida e ingresar en una institución para mayores.

En ese último detalle están todas las claves. Temen menos a caerse que a abandonar sus viviendas, su hábitat, sus recuerdos y pedir ayuda lo ven como un riesgo, el principio de una vida desconocida que no quieren.

Manuel Santiago Reyes, presidente de la Asociación de Voluntarios Isleños, lo explicaba a este periódico. Están realizando una labor que se escapa a lo convencional, que precisa el factor humano incluso más que el profesional, porque sin el primero no llegará el segundo.

Se mueven por redes sociales, medios de prensa, radio, televisión y digitales para concienciar a las personas más cercanas a quienes los necesitan. Y poco a poco se van haciendo cosas.

Las aproximadamente 5.000 personas vulnerables que hay en La Isla -sea científico el dato o no, pero posible- precisan de una asociación como AVI. Porque es la única que al abordar el problema, lo ha comprendido en toda su complejidad. En eso están.

 

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