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Torremolinos

Torremolinos y su añorado Colegio de Huérfanos (2)

En estas crónicas, Jesús Antonio San Martín, desarrolla lo más representativo del ayer y el hoy de Torremolinos.

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Tras el éxito de la inauguración del Colegio de Huérfanos de Ferroviarios de Madrid en aquella memorable fecha del 11 de mayo de 1930, apertura que tuvo la más favorable acogida en todos los ambientes sociales y culturales del país, la Asociación de Empleados y Obreros de los Ferrocarriles de España, bajo cuyo patrocinio fue edificado aquel, se vio en la imperiosa necesidad de abrir sucursales del mismo Colegio en diferentes puntos de la península, ya que se contaban por centenares, y cada vez más, los niños afectados por la pobreza y la deficiente educación escolar del momento. Urgía, pues, para completar la benéfica obra de la Asociación, levantar auténticos hogares en los que acoger y educar a tantos huérfanos. Así, pues, la Asociación de Ferroviarios apuntó hacia la provincia de Málaga y localizó el sitio ideal para el emplazamiento del nuevo Colegio: Torremolinos.

El Colegio de Huérfanos que los ferroviarios abrieron en Madrid, con capacidad para quinientos internos, marcó un hito en la historia colegial de España y fue modelo de instituciones durante largos años, no ya por la construcción en sí, sino por el régimen instructivo y administrativo. Hasta entonces, salvo excepciones de algunos edificios generalmente no destinados a la enseñanza, jamás se había construído en la nación un complejo educativo que reuniera tantas virtudes y excelencias como las que caracterizaban a aquel Colegio de Huérfanos de Ferroviarios.


Fue acierto providencial contar con la profesionalidad y visión de futuro del hombre ideal para trazar los planos de aquel ya clásico modelo de construcciones: el arquitecto Don Francisco Alonso Martos, quien en su día hizo esta puntual declaración:
"En tanto resolvía el Colegio de Huérfanos en qué terreno había de construir su edificio, pude aprovechar este interregno y realizar varios viajes por España, viendo todos los Establecimientos de índole análoga que existen, de los cuales debo decir que la inmensa mayoría no reúne las condiciones debidas. Son excepción, sin embargo, el Sanatorio marítimo de la Isla de Pedrosa en Santander, el de la misma naturaleza de Gorliz (Vizcaya) y el internado de Pedernales… Internados y escuelas muy interesantes, muchos de ellos de pago, pero todos con instalaciones esmeradísimas, me ha sido posible estudiar en Ginebra, en Lausana y en Vevey (Suiza), y hace bastante tiempo pude también hacer un detenido estudio de una magnífica escuela agrícola que existe en Beauveias, así como el Sanatorio marítimo de Hendaya, ambos establecimientos franceses…

Después de estos estudios mi labor fue sencilla y, no pecando de falsa modestia, diré que lo que hay en el Colegio de Huérfanos se debe a los ferroviarios mismos, pues no hice más que prepararme para recibir las ideas que el Consejo me daba; mas aún, las ideas de todos los ferroviarios, pues tanto de los iniciadores del Colegio, de su inolvidable fundador D. Antonio Gistau, como de todos cuantos del Colegio se han ocupado, he ido recibiendo y oyendo opiniones, la mayor parte, por no decir todas, valiosísimas, y con los estudios hechos solo tenía que limitarme a tamizarlas ligeramente para llevarlas a la práctica. Puedo, por tanto, afirmar que en el edificio del Colegio están las ideas de todos, sin que yo haya hecho más que su adaptación".

Interesante y modesta la opinión de este prolífico arquitecto, D. Francisco Alonso, que también diseñó, entre otros muchos edificios del territorio nacional, los planos del Colegio de Huérfanos de Torremolinos, hoy Centro Cultural, cuya sencilla construcción funcional aún impresiona por la magnífica e insuperable distribución práctica de los espacios. El propio arquitecto definía así el tipo de construcción, cierto que refiriéndose al Colegio de Madrid recién construído, aunque las mismas palabras pueden aplicarse perfectamente al de Torremolinos:
"Es estrictamente funcional. No hay nada supeditado a la estética. La estética, si la tiene, procede de la función. Es decir, que cada ventana va donde hizo falta; cada puerta, donde fue necesaria; las escaleras, donde han de usarse y no en sitios de honor; los accesos, donde son precisos para cada servicio. En una palabra, dando solución lógica y racional al problema de la habitación de quinientos niños, sin sacrificar sus necesidades para nada, sino con un encadenamiento sencillo de lo que ha de ser la vida dentro del Colegio".

A pocos años de su inauguración, la capacidad del Colegio madrileño se vio desbordada, por lo que la Asociación de Ferroviarios estudió la posibilidad de construir un nuevo centro donde más necesidad hubiera. Tras concienzudas deliberaciones, los componentes de la Junta de gobierno acordaron que la primera sucursal del Colegio de Huérfanos de Ferroviarios habría de establecerse en Málaga. Y descubrieron el lugar idóneo: un terreno de veintitrés mil metros cuadrados, cara al mar, ubicado en la carretera de Cádiz, a la entrada de Torremolinos.

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