En un país en el que un director general de la Guardia Civil, el banquero más afamado, un gobernador del Banco de España, un vicepresidente del Gobierno y presidente del Fondo Monetario Internacional y hasta el mismísimo jefe del Estado -ahora en su condición de emérito-
han sido unos golfos, qué se puede esperar del devenir de los granujillas que aguardan la más mínima oportunidad para enriquecerse sean cuales fueren ellos y sus circunstancias.
Arturo Pérez Reverte asevera que por cada golfo hay
100.000 gilipollas en España. No le falta razón. En esta misma línea, José María García asegura que éste es el país con más golfos por centímetro cuadrados. Él los llama
chupópteros,
estómagos agradecidos y
abrazafarolas. ¿Recuerdan cuando, en tiempos de bonanza, el trabajador de la sanidad pública y todo su entorno gozaban de material sanitario para uso particular? ¿Quién no ha aprovechado para llevarse material de oficina a su casa para el cole de los niños o hacer llamadas particulares desde el trabajo? ¿Recuerdan aquellos años de la Transición en los que ser delegado municipal de Urbanismo era sinónimo de pingues negocios particulares suyos o de su entorno?
Desde los grandes e innumerables casos de corrupción en nuestro país hasta las pillerías caseras, esto es un no parar. El confinamiento de la pandemia nos iba a arrojar diversas enseñanzas. Una de ellas es que
los golfos no descansan. Hicieron de la necesidad, virtud. Aprovecharon las carencias de los ciudadanos para lucrarse sin el más mínimo escrúpulo durante la lucha contra el covid.
Ahora, Luis Rubiales nos recuerda que el mundo del fútbol es harina de otro costal. Ahí ha habido golfos por milímetro cuadrado, pero faltaban los presidentes de la federación. Ya los tenemos. Primero, Ángel María Villar, quien dejó el cargo en 2017 acusado de corrupción y malversación; y ahora
Rubi. Otra de las enseñanzas de todas estas andanzas es que el español piensa bien, pero piensa tarde. Que Rubiales es el
prototipo del sinvergüenza y truhán se veía a la legua, solo con escucharle durante unos minutos; pero nos hemos dado cuenta -gracias a la UCO y a la instrucción judicial- después de unos siete años en el cargo para asombro internacional. Al menos la justicia, lenta y ciega pero segura, pone a los sinvergüenzas en su sitio. Lo ha demostrado y lo seguirá haciendo.